Chantaje
Domingo, 31 de Octubre, 2021
En nuestras narices
Un amigo de la infancia y sus dos hermanos encontró la aguja de marear con la que reducir la autoridad paterna a la mínima expresión. La ilusión del hombre, lector empedernido, es mantener en silencio su domicilio y sus hijos, por lógica hegeliana, emplean sus cuerdas vocales en impedirlo.
Todo cambia el día en que unos y otro descubren que por un puñado de dólares los gritos cesan y los tres hermanos abandonan la casa disposan a gastárselos en el Lugo de los sesenta. Los dólares, como imaginan, no son muchos, pero su efecto se revela instantáneo, de modo que cuando quieren comprar esos chicles que hoy prohíbe Garzón _ ¡a dónde hemos llegado, don Conrado! _, ir al cine o cambiar los viejos tebeos en Dulcerías, no tienen más que alborotar cuando su padre abre Diez negritos por donde la había dejado, escena que sucede los jueves y domingos por la tarde.
El hombre suelta dos duros y la gavilla de maleantes desaparece como por ensalmo escaleras abajo hasta el próximo chantaje.
A estas alturas de la acordanza no parece necesario explicarles que Sánchez me recuerda al padre, y sus socios llorones, gritones y pedigüeños, a mis amigos. El presidente no desea leer, sino seguir siéndolo, pero por lo demás, las dos historias suenan bastante paralelas, como las vidas de Plutarco.
No obstante, si aguzamos la vista y vamos al detalle, veremos que existe otra diferencia entre ambas nada menor. El padre dispone de su dinero, ganado honradamente con su trabajo, como mejor le place; a diferencia del que maneja con displicencia el presidente, ya que no es suyo, sino nuestro, y que además nos sale doblemente lesivo. Por el gasto en sí, y por el destino al que se dedica, muchas veces contrario al bien común, a la cohesión de las tierras del Estado ya potenciar España ante el mundo, como es su obligación.