El inca hincado
Viernes, 30 de Septiembre, 2011Cuando entraba al almuerzo con los representantes del Estado, el Rey ratificó que nos esperan “bastantes, muchos sacrificios”. Fue una suerte escuchárselo antes de la comida, y no después, porque quizás entonces le habría añadido a la frase una pizca de mayor dramatismo.
Se consumen las fechas para recuperar el tiempo perdido y transmitir toda la gravedad que la situación requiere. Después de las elecciones ya no habrá ni un segundo para esa ingrata obligación. El encargado de liderar la recuperación le ha de pedir por fuerza al Rey que cambie el tono e incorpore el optimismo a su lenguaje, porque bastante es luchar contra los índices, como para hacerlo también contra el espíritu nacional, que está por los suelos, reptando.
El rey de los incas precolombinos se asistía de una escolta femenina, formada por medio centenar de incondicionales y similar a la que creó Gadafi, pero con algunas misiones que ya no se exigen en la actualidad, ni en Libia.
Por ejemplo, ellas tenían la obligación de hacer desaparecer, incluso tragándoselos, los pelos o los esputos que el rey pudiese ir soltando a su paso. Era la forma de evitar que una parte del cuerpo del monarca cayese en manos de brujos desaprensivos, capaces de venderse a líderes levantiscos que le pudiesen causar alguna desgracia.
La prevención ya no se estila gracias a la mucha asepsia alcanzada en los hospitales y a un escepticismo generalizado sobre las posibilidades políticas del vudú.
Si se avivó este inca-recuerdo, que hará las delicias de los más guarros, fue por advertir que hay que tragar saliva, hincar rodilla en tierra y ponerse a fregar el suelo, porque la hora de anunciar que se va a acabar la fregona ya pasó.