La sombra del estraperlo
Viernes, 31 de Octubre, 2014
La corrupción hace ochenta años
Hace ochenta años, flanqueado por el separatismo catalán de Campanys y los gritos de Gora Euskadi Askatuta, el Congreso debatía sobre la corrupción política.
La pieza a abatir era Alejandro Lerroux, el presidente radical, emperador del Paralelo y antiguo cobrador en los fielatos de Lugo. Dos avispados austríacos de apellidos Strauss y Perlowitz acudieron a Azaña con el cuento de que su hijo adoptivo, Aurelio Lerroux, había recibido de ellos sendos relojes de oro como pago gracioso por permitir el funcionamiento de una ruleta de su invención que les proporcionaba pingües beneficios en los casinos donde funcionaba. Como el chollo se frustró con la intervención del gobernador de San Sebastián, Strauss y Perlowitz decidieron cantar la gallina, acusándose ellos y acusando a los Lerroux. Con el tiempo, los relojes y los apellidos de los vieneses dieron origen a la palabra estraperlo, que hoy define otro tipo de delito.
Quizá por eso, por venir todo de tan lejos, por el mismo escenario, por los mismos problemas territoriales y por ser parecidos los protagonistas, el debate de ayer fue de una pobreza soporífera, de una inutilidad pasmosa y de un vacío insoslayable. Vamos, como para habérselo ahorrado.
Los esfuerzos de unos por salir indemnes, sumados a los de los otros por hacernos creer que están limpios, solo sirven para cubrir el expediente, porque la verdad gruesa la sabe hasta el que asó la manteca, símil apropiado cuando de habla de asuntos untuosos.
Lo curioso del caso es que ese mismo día, el Wall Street Journal dedica al Gobierno español la consideración más elogiosa de las últimas décadas, poniéndolo como ejemplo para el resto de Europa. Y así como cuando nos humillan hasta el escarnio lo aireamos sacando pecho, ahora que son flores, no tenemos ni un jarrón con agua para ponerlas.