El canon español del violín es el lucense Juan Díez
Jueves, 30 de Mayo, 2019Durante más de medio siglo es la máxima autoridad en este instrumento
LO PRIMERO QUE ve al nacer Juan Díez (Lugo, 1807) es un violín. Y probablemente lo último, también. No hay pruebas determinantes que lo demuestren, pero sí toda una vida que lo sugiere.
Su llegada a este mundo ocurre el 7 de enero en la modesta casa de su padre, Miguel Díez, que aquel atribulado año del séptimo Tratado de Fontainebleau ya es violín primero de la catedral de Lugo. Cualquier rapaz medianamente despejado se da cuenta al instante de que el violín es el instrumento que trae las lentejas a casa, y dado que todos los demás parecen más fatigosos y revientaespinazos que éste, optas por hacerte violinista desde muy tierna edad, así se cuele algún que otro gorgojo en la legumbre.
El proceso de Juan nos lo cuenta de forma sucinta en tres etapas su futuro compañero de cátedra en el Conservatorio, Baltasar Saldoni i Remendo: Solfeo a los ocho, violín a los diez y virtuoso a los catorce. Se ve que el muchacho frota las cuerdas con aprovechamiento, ya que pronto está a la altura de su padre, al que sustituye con 19 años, cuando muere.
Pero la catedral lucense, con ser acústica, no satisface a Juan y dos años después se va a hacer los madriles, donde aterriza con buen pie, pues tras ser cuatro años primer violín en los teatros del Príncipe y otros coliseos, oposita a la plaza de ese instrumento en la Real Capilla y la gana con la gorra. Así también la de maestro de violín y viola en el Conservatorio de música y declamación de María Cristina, en donde se mantendrá más de treinta años.
Su marido, Fernando VII, alias el Deseado y el Felón a partes iguales, no era ajeno al instrumento. Su padre, Carlos IV, le daba al arco y él mismo tuvo un encuentro con su sonido a través del músico checo Jan Ladislav Dusík, que le puso las manos en el instrumento por encargo de Napoleón, para que el chaval no se aburriese mientras lo tenía retenido en el palacio de Valençay, a donde llega hace ahora 211 años. De haber entonces PlayStation, Dusík se quedaba sin trabajo.
De modo que Juan Díez pasa a la historia como profesor del rey y como compositor de la reina y regente María Cristina, a quien dedica unas variaciones sobre Donizetti y otras piezas. Fernando VII, que es tan botarate como inculto, está más preocupado en cómo fertilizar a sus sucesivas esposas _ tarea harto compleja debido al descomunal tamaño de su miembro _, que en restregar el arco sobre el violín, aunque alguna similitud había entre lo uno y lo otro.
Al rey le afecta una macrosomía genital que a punto está de dejarlo sin descendencia siendo fértil como era. Un almohadón agujereado le permite concebir con María Cristina una hija y una reina, aunque esto último sea a costa de la ley sálica y de un conflicto sucesorio de mil pares de violones.
Otro de los alumnos famosos de Juan Díez es el compositor Tomás Bretón cuando llega a Madrid para ocuparse del violín en el Teatro de Variedades, es decir, en el mismo aterrizaje capitalino que el lucense, aunque con cuarenta años de diferencia entre uno y otro.
Se ve que Bretón cojea de violín y se matricula en el Conservatorio para que Díez le dé lustre, a tono con el trabajo recién conseguido. Una epidemia de cólera cierra los teatros madrileños y la cosa se le pone chunga, pero eso se escapa de nuestra historia.
Bretón le cuenta a Eduardo Lustonó, y éste a nosotros, que estando frente a Díez y al resto de profesores de admisión, su violín no tiene mejor ocurrencia a mitad de la ejecución que romperse en su cuerda prima, o sea, la de mi, pero él prosigue la pieza como si tal cosa, lo que provoca general pasmo y asombro.
El asombro es nuestro, pues si le sobra una cuerda, ¿para qué demonios quiere que le dé clase Juan Díez, si es él quien debería impartirla? En fin, que hay mucho alboroto en ello.
Nuestro hombre muere en 1880 sin soltar el violín de la mano. En 2020 hará de ésto 140 años.