La ciudad luz
Domingo, 30 de Septiembre, 2018
Se hace lo que se puede
Anda el alcalde Caballero muy sobrado de orgullo sobre las bombillas que van a lucir en Vigo estas navidades y se desternilla en risotadas de las que alumbrarán Nueva York, Berlín o Madrid, ciudades que al lado de la suya quedarán muy pequeñitas.
A los de Lugo, y muy especialmente a los de Sober, nos congratula enterarnos del alcance de estas luminarias que compaginan el simbolismo religioso con el resplandor comercial.
Esto es así porque precisamente quien lleva la luz eléctrica a Vigo es un hombre de Sober que hoy estaría muy satisfecho al comprobar el fabuloso desarrollo de un invento que él supo valorar antes que nadie.
Nos referimos a Antonio López de Neira y Freire, nacido en las tierras de Naz, un extraño topónimo que sin embargo es abundante en la parroquia soberina de San Miguel de Rosende y sus cercanías.
Los humildes orígenes de don Antonio no impiden que su biografía destelle con fulgor en la historia de Vigo desde el último lustro del siglo XIX. Incluso en su leyenda hay referencias a la luminosidad, pues se dice que llega a Vigo siendo lazarillo de un ciego, es decir, aportando luz a quien no la tiene.
Su ascenso empresarial, a base de trabajo y de una cabeza bien amueblada, le permite analizar en su justa medida la importancia de un invento al que llaman luz eléctrica. Don Antonio encarga en París la compra de una dinamo evolucionada del sistema Drummond y con ella ilumina su casa de la calle Príncipe en 1880. Durante los siete años siguientes, esas luces son las únicas de Vigo y a la ciudad se acercan gentes de toda Galicia para admirarlas, especialmente en las fiestas del Cristo de la Victoria.
Después lo hacen alcalde, claro. Como para no estar contentos en Lugo con las luces que este año se enciendan en Vigo.