Ledo Bermúdez, la música de Mondoñedo en la primera mitad del XX
Jueves, 29 de Abril, 2021O Pallarego, barbero, violinista, corresponsal y director, también hizo de mecenas para varios escritores
SE ACERCA MAYO y entre los poetas Díaz Jácome y Cunqueiro, el cartelista Ramón Prieto, el pintor Bernardino Vidarte y un músico al que conocen como o Pallarego, se preparan sus festejos en el año 1935.
Ellos cuecen las canciones que han de interpretarse, la carroza del enorme señor Mayo que paseará por Mondoñedo con una rama de pravia en las manos, los carteles anunciadores y las voces del coro que oficiará en tan ancestrales ceremonias.
Los niños participantes son Vilma Leivas, Antoñito Castro, Lourdes Paz, Carmencita Sandamil y Esperancita Seco, entre otros.
Lo cuenta todo en las páginas de El Progreso el cronista Eduardo Lence-Santar Guitián. ¿No es ésta una auténtica conjunción planetaria, y no la de Leire Pajín?
De Manuel Ledo Bermúdez, O Pallarego (Mondoñedo, 1899), nos libra de muchas fatigas Francisco Mayán Fernández, que ha escrito su biografía y la Diputación la ha publicado en la edad del papel.
Mayán lo califica como uno de los más grandes amigos de Álvaro Cunqueiro y es verdad, pero para ser cunqueirano en absoluta puridad, a Ledo le corresponde el título de sochantre laico del escritor. Y para no pasarnos de mitómanos, el sochantre laico de Mondoñedo.
Con nueve años entra como niño de coro en la catedral y se pone en manos del sochantre, el oficial. Allí permanecerá siete años, hasta que una pérdida de voz aconseje un cambio de instrumento. Dejará la garganta y se pasará al violín, aunque en 1917, convertido ya en barbero profesional, también integra el cuadro de declamación del Orfeón Veiga, donde es uno de los pollos que dan réplica a las mozas en las veladas artísticas y benéficas para hacer las delicias de los concurrentes.
La muerte de su padre, Antón Ledo, lo convierte en hijo de viuda, lo que le favorece para sortear el servicio militar, y no verse sorteado.
La creciente amistad con el jovencito Cunqueiro hará de su barbería un lugar de referencia e inspiración imperecedera para el incipiente escritor. En los años veinte también entra a formar parte de la sociedad deportiva Mondoñedo F.S., de la que es vocal.
Otra de sus facetas, y no la menos importante, es su labor como mecenas literario de la que se beneficiarán, al menos, el propio Cunqueiro, para editar Mar ao Norde; Aquilino Iglesia Alvariño, para hacer lo propio con Señardá y Trapero, que así consigue ver en letra impresa su leyenda El Mariscal don Pedro Pardo de Cela.
En los treinta es corresponsal de El Progreso y la anécdota que se cuenta es que su director, Puro de Cora, se asombra del correctísimo castellano que utiliza, sin sospechar que es Cunqueiro quien redacta algunas de sus crónicas. Admitámoslo en su justa medida. No es ningún disparate pensar que alguna vez haya sucedido así, aunque el autor del Merlín e familia no estará siempre detrás de los envíos de O Pallarego.
En estos treinta, además de los maios, hay que anotar su actividad a través de la rondalla El Eco y su presencia en los carnavales mediante comparsas de buen tino y tono.
Es entonces cuando compra casa en Muíños de Abaixo, donde había nacido y donde vivirá después de que matrimonie, ya talludo, con María do Carmen Vizoso García, en 1947, pues calza los 48 de edad.
Más adelante será presidente de la Sociedad de Obreros Católicos y publicará, en 1963, Cantar das Curuxeiras, la única obra salida de su caletre que ve la luz. El motivo es festejar que su amigo Cunqueiro ya es académico (1963). Un año después, fallece.