Archivo de Enero, 2016

Los Pozzi

Domingo, 31 de Enero, 2016

Ricardo Zamora y Guillermo Eizaguirre, su suplente en la Selección Nacional

Los Pozzi de Lugo arrancan con la llegada de don Antonio durante las guerras napoleólicas. Posiblemente lombardos, como Lombardero el de los relojes, toda la saga se distingue por su iniciativa y su implicación ciudadana, aunque a partir del primer cuarto del XX van a repartirse por toda España. La judicatura y los ferrocarriles serán los destinos preferidos. Guillermo, Camilo, Felipe y Eugenio forman la primera diáspora.

Pero entre Pedro, Augusto y Guillermo Pozzi reúnen todas las cabeceras de la ciudad: Ayuntamiento, Diputación, Beneficencia, Enseñanza, Cámara de Comercio, corresponsalías de prensa y Círculo das Artes, sin contar otras menores. Augusto Pozzi Díaz, el músico y curtidor, se casa con Amalia Bacorell y va a morir aplastado cuando se derrumba el muro que existía en Teniente Coronel Teijeiro / Luis Peña Novo.

Valentina Pozzi Gentón es una destacada pianista. Se casa en Lugo con el militar José Martín de Eizaguirre Zabalajauregui, a quien se tuvo por muerto en Cuba, aunque fallece en una travesía hacia la isla. El año 1882 esta pareja tiene entre murallas a Eugenio de Eizaguirre y Pozzi, al que le vamos a seguir la pista.

Antes de acabar el XIX, su tío Felipe Pozzi es presidente de la Audiencia Territorial en Sevilla y hasta la capital andaluza se va Eugenio con intención de estudiar Derecho en la universidad hispalense. Acaba la carrera en la de Barcelona y será juez o fiscal en los cuatro puntos cardinales de la península: Iznallor (Granada), Potes (Santander), Sanlúcar la Mayor (Sevilla), Huelva, Teruel, Pamplona y Almería, antes de recalar definitivamente en Sevilla. Allí se casa con Matilde Olmos Durendes para ser padres de seis hijos, el mayor de los cuales, Guillermo Eizaguirre Olmos, resonará en los oídos de los aficionados al fútbol por haber sido el guardameta del Sevilla y de la Selección Nacional.

Peña, el de las aleluyas

Sábado, 30 de Enero, 2016

Tipo de manicordio

De las memorias que Augusto Pozzi entrega a Luis Ameijide Aguiar cuando éste preside el Círculo das Artes, con el fin de recordar tiempos pasados de la sociedad, rescatamos la mención que éste hace de Domingo Antonio Peña Fernández, maestro de capilla y beneficiado de la catedral, cuya presencia en los citados salones no pasa desapercibida a nadie.

Su dilatada presencia en el cargo está jalonada de constantes polémicas, pero tanto el cabildo como el obispado aguantan mecha, quizá para no agrandar el escándalo.

Pozzi lo recuerda enfundado en capa azul y tocado de bombín, lo que debemos entender como piezas sustitutivas del manteo y de la teja, por lo que el cura ni iba de uniforme, ni dejaba de ir.

Una de las polémicas en las que se ve envuelto Peña en 1878 se centra en su negativa a devolver a la catedral el manicordio obsequiado a la misma por el obispo de Zamora, Bernardo Conde y Corral. Vamos, que Peña había arramplado con el instrumento y lo tenía a buen recaudo en su domicilio, donde lo toca a sus visitas o en solitario disfrute musical.

Dice Pozzi que Peña dirige la tertulia artística del Círculo y como muestra de su extravagancia, cita que el maestro de capilla obliga a que los miembros o participantes ocasionales inicien sus intervenciones, o respondan a las preguntas, encabezándolas con una aleluya versificada, prueba de que nos encontramos delante de lo que hoy sería calificado a la brava como un cachondo. Son de imaginar las chanzas que se organizan.

_Y dígame, maese Peña, ¿repartió el cabildo mucha leña?

_Me llevé el manicordio y recibí un exordio.

Con todo y eso, Pozzi tiene buenas palabras para el excéntrico Peña y alaba su método musical para que la Escolanía repentice cualquier obra.

A saber cómo era.

Pelegrí, el del chapapote

Viernes, 29 de Enero, 2016

El informe Pelegrí

El hombre que alquitrana el ramal de carretera del manantial de O Incio, el ingeniero Eusebio Pelegrí y Fusellas, viene destinado a Obras Públicas de Lugo desde Barcelona. Luego pertenece al Servicio Central Hidráulico, en Madrid, y finalmente, siendo ya supernumerario, ocupa la dirección de la Compañía de los Ferrocarriles del Sur, con sede en Málaga, donde fallece en 1919.

Su familia conmemora cada aniversario de su muerte ofreciendo una comida a 40 pobres el mismo día del funeral.

De él sabemos también su predisposición para estar al tanto de la vanguardia técnica y de ahí su aventura con el alquitrán. El polvo es el enemigo número uno que obstaculiza el avance del automóvil y el éxito del balneario lucense, propiedad de la familia Gasset Dorado y Aguilar, que ha contratado un peón a tiempo completo para mitigar la polvareda, sin lograr resultados satisfactorios.

Ayer dijimos por error que la prueba fue en 1907, pero ésa es solo la fecha en la que se publica el informe del ingeniero, puesto que la obra se realiza realmente en junio de 1904 y Pelegrí estudia su eficacia durante los veranos de ese año y del siguiente.

Él está al tanto de los mínimos detalles, como es utilizar una escoba de paja de arroz para el barrido previo, por ser ésta la más elástica. La forma de aplicar el chapapote está descrita con minuciosidad, pero debemos saltárnosla, así como las ventajas e inconvenientes que observa, tras el paso de 800 peatones y 200 vehículos diarios, todos ellos de interés pionero.

Pelegrí utiliza alquitrán suministrado por la fábrica de gas de A Coruña, a 110 pesetas la tonelada. En los 3.000 m2 se utilizaron cinco (550 ptas.), 10 para el combustible, 44 para la caldera, 112 en jornales y 12 en escobas. Total, 728 pesetas. Sus cálculos fueron por tanto, que el m2 salía a 0,22 pesetas. Una ganga.

O Incio, pionero mundial

Jueves, 28 de Enero, 2016

Llegada de la carretera al manantial

Las enciclopedias y monografías al uso atribuyen al carácter visionario de Henry Ford y su equipo la primera utilización del alquitrán o chapapote como firme para las carreteras ante la llegada masiva de automóviles. Fue una experiencia que se lleva a cabo en un circuito de Detroit el año 1909. Bueno, pues están equivocadas.

Tal honor no corresponde a Detroit, sino a Lugo. Y no fue Henry Ford el pionero, sino el ingeniero de Obras Públicas de Lugo, Eusebio Pelegrí y Fusellas, que realiza tales experimentos dos años antes, en 1907. Tampoco se hace sobre un circuito cerrado y ex profeso para la prueba, sino sobre un camino ya utilizado para el tránsito de vehículos, concretamente un tramo de 600 metros del ramal de carretera de tercer orden que une Ferrería de O Incio con el manantial de aguas minerales, donde no estuvo Valle Inclán, como vimos ayer.

El ingeniero catalán Eusebio Pelegrí es destinado a Obras Públicas de Lugo, donde comparte su trabajo con Manuel Lois y Julio Murúa. Durante su etapa lucense es probable que haya sido agüista en O Incio y allí escucha las lamentaciones de quienes también acuden a procurarse salud, por la tortura pulmonar que sufren yendo y viniendo al manantial debido al polvo que se levanta en el camino con las ruedas de los vehículos.

En ese mismo momento se ha creado en París una asociación contra el polvo, prueba de los encajes que es necesario realizar para paliar las incómodas consecuencias de la llegada del automóvil.

Indudablemente, Pelegrí está al tanto de las soluciones que se proponen para sustituir el polvoriento macadán que desde 1823 impuso en todo el mundo Jhon McAdam, y dado su puesto en la administración y su vinculación con O Incio, emprende la faena de un experimento revolucionario, aunque hasta ahora haya sido olvidado y que veremos mañana.

Valle, el agüista invisible

Miércoles, 27 de Enero, 2016


Las aguas, en la prensa madrileña

El manantial de O Incio atrae a agüistas de toda España y los periódicos reflejan en sus páginas quién va y quién deja de ir, prueba de su eficacia, tal como ocurre con las aguas de Guitiriz y del resto de balnearios lucenses.

Las de O Incio son ferroso-carbonatadas y arsenicales, aconsejadas para combatir la anemia. Segismundo Moret las toma invitado por su amigo Quiroga Ballesteros y la señora Ferreiro, esposa del presidente de la Audiencia de Valladolid, también; aunque cuando regresa del manantial sufre un accidente de coche y todo lo ganado con ellas lo pierde en el tantarantán.

En 1895 la prensa anuncia la presencia allí de un agüista muy sonado y que lo va a ser mucho más, Ramón María del Valle Inclán. Pero el autor de las Sonatas jamás ha estado en O Inicio, o al menos, no cuando dicen los periódicos. ¿Qué ha pasado? ¿Han metido el cuezo los informadores? Sí y no. Examinémoslo de cerca.

En ese momento don Ramón tiene 29 años y le faltan doce para casarse con Josefina Blanco Tejerina. El 8 de diciembre escribe a su amigo, el periodista pontevedrés Torcuato Ulloa, para pedirle un favor. Quiere que se publique en algún diario una nota que diga: “Se encuentra tomando las aguas de O Inicio nuestro amigo don Ramón Mª del Valle Inclán con el fin de reponer su quebrantada salud. A principios de otoño, si su salud se lo permite, publicará una novela titulada “Candor” que tiene casi terminada”.

No hay rastro de ese título, ni mucho menos de su paso por O Inicio. La explicación va incluida en la carta a Torcuato. Allí le dice que “por un enredoso y femenino negocio, muy largo de contar, me conviene aparecer ausente de Madrid”.

En resumen, que Valle atraviesa un lío de faldas y para librarse de él se escapa a O Incio… de boquilla. Tampoco hay señas de la dama, pero prometemos rastrearlas.

El bachiller talludo

Martes, 26 de Enero, 2016

Llegada de los restos de Suárez Picallo a O Fiunchedo

Entre los aspirantes a aprobar el examen de Ingreso en el Bachillerato que el 2 de junio de 1932 se acercan al Instituto de Lugo hay uno que destaca sobremanera del resto.

Siendo la edad de quienes afrontan la prueba los 9 ó 10 años, éste va camino de cumplir los 38, pues ha nacido en Beloi de Sada el mes de diciembre de 1894.

No es su única nota distintiva. Tampoco se parece a los otros aspirantes porque el alumno de enseñanza libre es diputado en Cortes por A Coruña y cofundador del Partido Galeguista. Sus años de emigrante en la Argentina como mecanógrafo y mancebo de botica, entre otros oficios, le han impedido estudiar hasta ese momento.

Es Ramón Suárez Picallo y frente a él tiene al director del centro, Alfredo Rodríguez Labajo, padre del pintor homónimo, y a los catedráticos José Luis Asián Peña y Ramón Martínez, es decir, Matemáticas, Geografía e Historia y Literatura, todo un tribunal.

El alumno aprueba con suficiencia la prueba y luego cursará el Bachillerato en Lugo _ donde colabora con Vanguardia Gallega, de los Correa Calderón _, y la carrera de Derecho en Santiago.

Picallo compagina sus estudios con tertulias políticas y literarias a las que también asisten, entre otros, Fole y Castelao. Se cuenta que una tarde de divagaciones en el Derby santiagués, el de Rianxo le pregunta:

_Picallo, cantos graos suman os ángulos dun triángulo?

Picallo duda y al final se decide:

_Depende.

Castelao le amonesta y entre bromas y veras, le corrige:

_Non depende de nada. Suman cento oitenta graos, te poñas como te poñas. Así que sube á pensión e colle os libros.

Fallecido en Argentina, sus restos fueron repatriados al cementerio sadense de Fiunchedo, tal como era su deseo, por especial implicación en ello de Isaac Díaz Pardo.

La monja laica

Lunes, 25 de Enero, 2016

Asunción Guitián y Caireles

Una de las constantes más negativas de la II República fue la persecución religiosa, tanto que en varias ocasiones se consideró conveniente edulcorar la realidad de puertas adentro y achacarlo a infundios de los fascistas.

Uno de esos casos fue el de la iglesia y convento de Santa Mónica de Valencia, reconstruidos en 1939 por Salvador Fons, tras el asalto y la destrucción parcial de 1936.

Para negarlo se utilizó el testimonio, entre otras, de dos supuestas monjas lucenses, Asunción Guitián, de Monforte de Lemos, y Consuelo Fraga, de Lugo. Y si decimos supuestas es sencillamente porque las manifestaciones realizadas al reportero de la revista Crónica, J. Fernández Caireles, son tan poco creíbles como las de un cenetista alabando las faldas plisadas de Carmencita Franco.

Relata Asunción Guitián, superiora del convento, que en efecto entraron en él grupos armados que lo inspeccionaron, y al no hallar nada sospechoso, les dijeron que podrían continuar su labor tranquilamente. Luego las monjas regresan a sus celdas y “todo lo hallaron en orden: cada objeto en su sitio; las estampas religiosas, las pequeñas imágenes, los rosarios, los libros de rezo estaban allí, donde ellas los habían dejado”.

Así no es de extrañar que se deshagan en elogios. “Son muy buenos para nosotras”. “¿Quiénes?”, pregunta sagaz Caireles. “Pues, los hombres… laicos”, contesta la religiosa, y otra que está al lado del periodista, añade: “No podíamos pensar que fuesen tan buenos”.

Si esto fue así, la pregunta se infiere por su propio peso: ¿Qué restaura Salvador Fons en el convento? ¿Alguna silla desvencijada? ¿Un gozne que chirría? ¿Una estampita caída de la mesilla?

Asunción Guitián, privada de los hábitos, posa sonriente con Caireles y todo parece un feliz cuento… de monjas.

Tomás de Mos y Noboa

Domingo, 24 de Enero, 2016

Doronicum árnica o montana

Si los premios Aresa que conceden Álvaro Rodríguez Eiras y la Universidad de Santiago estuviesen vigentes el año 1786, el jurado no habría tenido graves dificultades para decantarse por Domingo Antonio de Noboa y Feijóo, pues después de enseñar Medicina Quirúrgica y Química Botánica, el hombre se establece en Lugo como médico y boticario para desarrollar una brillante labor de vanguardia.

Ese año, la gente del rural y la capitalina se deshacen en elogios hacia Noboa después de conocer algunas de sus intervenciones; por ejemplo en la curación de Tomás, el hijo de 13 años de Juan Abad, vecinos ambos de San Xiao de Mos, en Castro de Rei.

En julio, Tomás conduce un carro cargado de leña y tiene la desgracia de caer desde lo alto para que una rueda le aplaste el cuerpo en su justa mitad, perdiendo el sentido y la movilidad.

Cuentan las crónicas que su única señal de vida es la frecuente expulsión de grumos de sangre por nariz y boca. El primer facultativo que lo atiende ordena que se le practiquen sangrías, pero claro, el niño empeora.

Llega el caso a Noboa cuando se cumplen los tres días del accidente y éste elimina las sangrías para establecer una sucesiva administración de árnica, la Doronicum arnica o herba cheirenta, entre otros cientos de nombres científicos o populares.

A los dos días, la mejora es evidente con el cese de las hemorragias, y a los once del accidente y octavo del uso del árnica, Tomás se levanta por su propio pie y donde había un candidato a cadáver, renace el chaval que antes era. Noboa, orgulloso de su intervención, comenta a la familia Abad que la recuperación del herido podría haberse conseguido mucho antes, si no se le hubiesen practicado sangrías. O lo que es lo mismo, la diferencia que existe entre saber y no saber.

Diogo, el del acueducto

Sábado, 23 de Enero, 2016

En este cómic de Santos Costa sobre Diogo se reconoce el nacimiento del asesino en Lugo, aunque no se precisa que fuese en Samos

Diogo Alves nace en Samos el año 1810 y por esa razón no es aventurado pensar que se bautiza con el nombre de Diego Álvarez o Álvez, transformado luego al uso lusófono por él, o por quienes le rodean.

Imaginemos también que nace en una familia sin posibles, con muchos hermanos y carentes de perspectivas que le garanticen la supervivencia, aunque caben otros supuestos, como por ejemplo, que sus mayores se desentiendan de él, o que quede huérfano.

El caso es que al cumplir los diez años es enviado a Lisboa para ganarse la vida, lo que nos lleva a nuevas especulaciones que lo permitan. Quizás haya viajado en compañía de otro vecino que emigra hacia la misma ciudad, o por lo menos, que allí tenga algún contacto de Samos; e incluso, que hubiese sido contratado a tiro fijo por una familia pudiente.

Aunque un rapaz de diez años en 1820 es alguien muy distinto en madurez y crecimiento a su equivalente actual, no basta para aliviar la dureza de ese traslado, seguramente a pie y con muchas noches a la intemperie. Qué decir si además Diego camina solo, con escasos medios y a merced de lo que se le cruce a cada paso.

Es evidente que lo finaliza sin mayores contratiempos y que comienza a trabajar en una o varias casas de lisboetas acomodados hasta que cumple los veintitantos, que es cuando su historia oficial lo sitúa a punto de comenzar una de las carreras criminales más despiadadas que se conozcan, tanto por el número de víctimas, como por la indiferencia y crueldad que Diogo dispensa a quienes tienen la desgracia de pasar cerca de su escondrijo, a las puertas del Aqueducto das Águas Livres, en cuyo extremo opuesto dispone de un castillete que es refugio de los monarcas para sus encuentros con las amantes, al mismo tiempo que el asesino se harta de lanzar cadáveres al vacío.

Diogo de Samos

Viernes, 22 de Enero, 2016

El libro revelador

Ahora que andamos metidos en harina criminal con el sano propósito de saber cuánto, cómo, por qué y quiénes han matado en el ámbito provincial, nos fue dado conectar _ así, en plural mayestático _, con un personaje conocido a través del cine portugués, pero que ni por asomo podíamos haber sospechado que se trataba de un paisano y que por lo tanto, tan de perlas concernía a nuestros propósitos criminales, como a estos otros, destinados a atar en cuerda todos aquellos personajes borrados de la memoria y que un día hicieron méritos de diverso pelaje para alcanzar la celebridad.

El 19 de diciembre de 1991, con motivo de celebrarse el cincuentenario de la Federación Internacional de Archivos Fílmicos, se estrena en la Filmoteca Española del Cine Doré de Madrid la película “Os crimes de Diogo Alves”, primera ocasión en la que los españoles, pocos, se acercan a la macabra existencia de este caballero, que por aquel entonces solo era, y así se presentaba, un asesino en serie lisboeta con más muertes a sus espaldas que Delgado Villegas, el Arropiero, el hombre que figuraba, y sigue figurando, a la cabeza de los criminales españoles por número de víctimas, más de 60.

Dicho en clave deportiva, Portugal nos ganaba por la mano. Pero hete aquí que veintitrés años más tarde, en 2014, la escritora portuguesa Anabela Natário publica una novela biográfica de Diogo Alves, titulada “O assassino do aqueduto”, donde nos descubre que el récord homicida le corresponde en verdad a España, pues Diogo ha nacido en Samos (Lugo) y solo llega a Lisboa cuando ha cumplido los diez de edad. ¡Bravo! Los portugueses, que tanto disfrutan de sus marcas mundiales, admiten siglo y medio después que al menos en bestialismo, han sido superados por los españoles. Bueno, por uno solo, y además, es de la provincia de Lugo. Esto merece ampliación.