Las apariencias engañan

Un candidato en tonos fucsia, con zapatos de charol, esclavina de fina pedrería y sapillos de azabache repujado repele el voto y predispone a comportarse ante él cual haría la protagonista de Novia a la fuga ante el matrimonio.
Por el contrario, aquél que luzca bien trajeado, con su corbata a juego, en tonos discretos de rico paño y un corte impecable de camisa, inspirará confianza y los votos correrán irá hacia su casillero como gatos al pescado.
Eso lo sabemos desde que la televisión difunde muchas imágenes y muy pocas ideas. No es extraño que los partidos modernos _ acaba de hacerlo el PSOE _, hilvanen y distribuyan manualillos inspirados en la antigua biblia de todo conquistador que se precie, el impagable volumen Cómo escribir cartas de amor. Ahora ese prontuario de rancio clasicismo adopta las formas de Elena Francis Montesinos y se lanza en busca del perfecto candidato. Lo hace a base de expeler recomendaciones sobre los ternos, los tonos y las texturas. Las cartas de amor hacían creer a sus destinatarios que el remitente era un Bécquer resucitado y el engaño podía acabar en boda. Hoy puede acabar en concejal, porque además de apariencias, ¿qué cabe exigir a un servidor público?
La honestidad, que antaño fue bien preciado, no aporta mayores ventajas, pues desaparece en cuanto así lo decida el partido. La ética y la moral son valores tan mutables, que más vale no tener ninguno para adaptarse perfectamente a lo que se cueza en cada momento. Preparación, inteligencia, eficacia o conocimiento producen aversión, no vaya a ser que a los candidatos se les escape disparada una cita de Cleóbulo de Lindos y vayamos a tener un disgusto.
El gris es muy aparente, el negro muy sufrido y donde pongas un marrón, sabes que todo se disimula. Cuánta sabiduría en fondos de armarios se destila con breves trazos. ¿Quien duda ya que detrás de todo gran político se encuentra una magnífica corbata?

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