La Pontífice
Oír de labios de Yolanda Díaz cómo argumenta su política laboral en “nuestras conversaciones con el Papa Francisco” produce cierto sarpullido vaticano, y no porque el pontífice no pueda ser un excelente faro inspirador de las políticas sociales en el mundo entero, sino porque dudamos de que la vicepresidenta española sea capaz de entender su mensaje.
Prueba de ello es que el pensamiento del Papa Francisco y el de Yolanda Díaz, por muchas y muy largas que hayan sido sus conversaciones organizadas por la Prefectura de la Casa Pontificia, se parecen como un huevo a una castaña, a no ser que una vez comprobado el fiasco de Sumar, doña Yolanda haya decidido ahora colonizar la curia y hacerse con la cátedra de San Pedro en el próximo cónclave.
Dadas las cualidades miméticas de la gallega que la han llevado a dirigir —y destruir— tantas organizaciones, el objetivo no es disparatado.
Imagínense que estamos ante las profecías de San Malaquías, que señalan como último Papa a quien haga el número 112 de los seguidores de Pedro, ¡y ése es Bergoglio!
Bastaría una leve modificación para considerar que Malaquías había acertado como arúspice. Él se refería al último Papa, y ahora habría una Papisa. Es decir, tendría razón en su apuesta gracias al cambio de sexo.
Desde luego parece descabellado, pero tengan en cuenta que Yolanda no necesitaría ser obispo; bastaría estar ordenada sacerdote y ser consagrada obispo una vez que fuese elegida Papisa. La llegada de las mujeres al sacerdocio aún no tiene el camino expedito, pero si se lo pide Puigdemont a Sánchez, seguro que lo cuela en un decreto ómnibus a Francisco y el Papa ni se entera.
Resumiendo, que está todo en un tris. Quién la verá desde el balcón de San Pedro repartiendo la bendición urbi et orbi. ¡Graciñas paisanos!