Un debate pragmático
Escucho decir a Fernando Ónega que no espera grandes resultados del debate sobre el Estado de la Nación que se presenta inminente. El propio Miguel Ángel Rodríguez, que ayudó a preparar alguno, y la mayoría de sus colegas en el programa del micrófono menguante abundan en opiniones similares. Rajoy, dice MAR, no va a hacer sangre con el terrorismo y el resto de los temas están en el ordenador para evitar que nadie reproche ¡eh! ¡que no ha hablado de las mujeres maltratadas!
No dudo que el debate vaya a ser así, porque el recuerdo de otros anteriores, como argumenta Fernando, nos llevan a esas conclusiones; sin embargo a nadie se le escapa que el estado de la nación merece la convocatoria de varios debates seguidos si hubiese voluntad de poner fin a todas aquellas cuestiones que por no estar bien cerradas son hoy la causa de las principales tensiones entre políticos y ciudadanos.
Al igual que los temas de MAR, éstos también están en el ordenador y a nadie se le olvidan. Son todos los relativos a la territorialidad, que hasta ahora es un chicle que se estira y se encoge de acuerdo con la santa voluntad del político de turno; al trato y consideración que han de merecer quienes utilizan la violencia como medida de presión política, un tema en el que el actual Gobierno ha demostrado la mayor de las ambigüedades; y por no ser exhaustivos, incluyamos por último lo relativo a las leyes electorales y a la manera de impedir que se distorsione el mandato de las urnas con una segunda vuelta que no se decide en los colegios electorales, sino en los despachos de los partidos. Todo lo anterior no agota otros aspectos de la democracia imperfecta en la que nos movemos y que no son utópicos, pues por ahí adelante funcionan naciones que los han cerrado con satisfacción generalizada y gracias a ello no se despiertan cada día con preguntas trascendentales sobre su esencia y funcionamiento.