Una oportunidad
En clave optimista, si la marcha de Buenafuente es consecuencia de una caída en picado de la audiencia, podría tratarse de una gran y esperanzadora noticia.
Piensen que siendo Buenafuente un programa de tonterías hecho con muchos medios y mucha cabeza _ eso dicen _, su fracaso nos permite soñar con la posibilidad de que el público se haya hartado de tanta gansada y prefiera otro tipo de ingredientes, al menos para esas horas en las que se supone la presencia de una mayoría de espectadores adultos frente al televisor.
Y aunque también cabe la posibilidad de que el NAT del televidente (Nivel de Apetencia de Tonterías) sea el contrario, es decir, mucho más alto del que proporciona este buen hombre, y de ahí que se produzca su desplome, vamos a pensar mientras sea posible que no, que el NAT ha descendido y que se reclaman otros contenidos con algo más de substancia. Tampoco mucho, no nos vayamos a atragantar.
La vieja teoría de que a casa se llega cansado y sin cabeza para honduras se cae por su propio peso al constatar que ese tipo de espacios, bautizados como late night o late show por los norteamericanos, finalizan a las tantas y resultan muy difíciles de compaginar con el cansancio o con el madrugón. Digan en todo caso que se les aviene mejor decir babosadas, que es un terreno dominado.
La cuestión radica en optar entre acostarse cada noche sabiendo una cosa más, o hacerlo a los gritos del Neng, cuyos modos y costumbres se reproducen a velocidad de vértigo por todos los rincones, contrarrestando con suficiencia todos los esfuerzos que pueda llevar en sus alforjas la educación para la ciudadanía y siete asignaturas más.
Como bien sabemos, los gustos los dicta la audiencia, siempre que tenga posibilidades para decantarse sobre dos opciones. Éste podría ser un momento fantástico para probar otras fórmulas. Por ejemplo, una en la que no se parta de la premisa de que el espectador es tonto de capirote.