La conspiración

En el último tramo agosteño se agolpan una serie de informaciones que tienen como nexo común la actuación de ciertos policías en los momentos previos al 11-M y en la investigación posterior, su nula eficacia en la detección de los preparativos, la vinculaciones de los acusados como confidentes o condenados, y la cadena de ascensos, nombramientos y recompensas con los que se les distingue desde entonces.
A estas informaciones, que parecen patrimonio de algunas cabeceras y algunas emisoras, se une ahora la revelación del detenido Mohamed Ouazzani, diciendo que fue obligado por policías españoles y un marroquí mediante violencia a vincular el 11-M con la guerra de Irak y a identificar determinados rostros que se le ponían delante.
En apariencia, todas esas informaciones parecen dirigidas hacia un único objetivo, hacer creíble la existencia de una conspiración interior que sin contradecir los objetivos del terrorismo islamista internacional, tuviese una doble finalidad política puertas adentro.
La hipótesis existe desde poco después del atentado, pero su formulación es tan diabólica, que el común de la opinión pública se resiste a creerla.
El ciudadano las lee incrédulo, perplejo, asustado, y concluye: No podemos estar en manos de personajes tan desalmados como los que son necesarios para sostener en pie la conspiración interna. No puede ser.
Pero las informaciones sigue cayendo como losas sobre las conciencias de los lectores, que se las quitan de encima dando manotazos, como a las moscas: Ésas son cosas de la derechona, que no ha asimilado bien la derrota en las urnas; son cosas de Pedro J., que tiene una piscina ilegal, son cosas de Federico, que destila odio.
Todo es posible ya en este caldurrio de sospechas e infidelidades que se acrecienta con el tiempo, muy lejos de ser asunto cerrado.

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