Lingüicidas
Quizás sea una gran iniciativa que todas las lenguas españolas sean oficiales aquí, en Europa y en Luang Prabang, si nos dejan. Quizás con ese reconocimiento dejen algunos de dar la murga con la cáscara y se preocupen un poco más de la nuez, porque para decir tonterías con un idioma llega y sobra.
Creemos no exagerar ni la punta de un alfiler si decimos que jamás en la historia del hombre se comerció tanto con los idiomas, obteniendo a cambio más exiguos resultados de comunicación y entendimiento.
Su original función como instrumentos de diálogo está adquiriendo tintes de discordia, separación y odio. Los han convertido en monedas de cambio, banderas políticas, armas de presión, antesalas del racismo, coartadas para la amenaza y sobre todo, fascismo, mucho fascismo puro y duro. Hasta te hierran con un pin si hablas uno u otro.
Cualquier español, catalán, gallego o vasco que realmente ame y admire su lengua ha de sentir asco y pavor ante el guirigay formado por esta panda de vendedores de humo que a fuerza de no tener ni una idea en la mollera se han vestido de inquisidores y censores, en dura competencia con los más abyectos destructores de cultura que la historia del bibliocausto nos ha dejado.
Éstos, por salirse con la suya, serían capaces de quemar la biblioteca de Alejandría con la disculpa de que sus fondos no están escritos en sus muy amados idiomas. Se han encaramado en la verdad mesiánica y la van soltando como una cantinela que, de repetida, se escucha ya sin vómitos. Mensajeros de la ignorancia y la vacuidad, merecen padecer la maldición del ex libris para todo aquel que mutile, destruya, sustituya o sustraiga un solo ejemplar de los anaqueles. Ellos están promoviendo devastaciones mucho peores y encima tenemos que subvencionarlos, reírles las gracias y aplaudir sus ocurrencias, porque nunca antes tan pocos habían disparatado tanto.