El choque
Me cuentan la boutade de Dionisio Gamallo Fierros paseando por el campo un domingo de elecciones: “Yo no voto”, dice el profesor a sus acompañantes mientras lanza su cuerpo contra un árbol, para añadir después del choque: “Reboto”.
Gamallo no concibe la vida sin retruécanos, epanadiplosis y aliteraciones. Era y se sentía libre en la medida en la que el hombre puede acercarse al significado de esa palabra. Nadie como él para saltar de un tema a otro derramando humor y sabiduría a partes iguales. Es más, en la distancia corta prefería sacrificar la erudición frente al chiste y quizás por eso saluda en su día la llegada de la nueva moneda con el augurio de que se nos viene encima una epidemia de nEURÓpatas, que cada día está más cerca de hacerse realidad, a la vista de cómo se discute en la cumbre de los 25.
Dionisio sería hoy el contertulio ideal para analizar ese choque de trenes que conducen desde fuera de Galicia Rajoy y Blanco con la seguridad de que entrarán en colisión a las 8 de esta tarde. El primero no se conforma con revalidar la mayoría absoluta, sino que la eleva a 42 diputados. El segundo le pronostica, con suerte, 32. La media ponderada de ambos cálculos se queda en 37, justo al borde. A priori, es el peor resultado posible, porque ni el cambio se presenta así de forma clara y contundente, ni el Máis puede rentabilizar la victoria. Eso, sin contar que el escrutinio del voto por correo haría inútil que hoy se celebre ningún resultado. Gamallo diría que las fuerzas políticas gallegas alcanzaron entonces la majadería absoluta, y se sonreiría con esa cara de pillo que le acompaña cada vez que logra hacerse gracia a si mismo en la soledad de su retiro espiritual, “y tan lindamente”.
Quiso llegar a los mil artículos, que aunque densos e intensos, sabía pocos frente a los 8.000 de Cunqueiro, o a los 12.000 que adjudica a Maeztu. Murió en la estación del Metro de Plaza Castilla, mucho antes de que anunciasen la llegada de los trenes de hoy.