Los invitados

Como diría cualquier pollo a la última, éste es un tema viejuno. Broncano contra Motos y otras chicas del montón.

Para entender lo ocurrido tuvo que pasar cierto tiempo. No podía ser que la pérdida de un invitado a un programa de risas, como son los de ambos presentadores, se convirtiese en el notición con el que abrir el informativo de la televisión pública.

No podía ser que esa ausencia, por deberes contraídos, porque le dolió la tripita en camerinos, o porque lo detuvo la policía un minuto antes de salir, hubiese provocado el quejío quejumbroso requetecursi de un señor al que le pagamos entre todos un pastizal que sólo él ha cobrado en la casa de Prado del Rey.

Pues sí, todo eso ocurrió el mismo día en que el mundo temblaba de miedo al oír unidas las palabras conflicto y nuclear; el mismo día en que el presidente del Gobierno recibe acusaciones nunca realizadas contra alguien en su cargo y el mismo día en que la política fiscal del país volvía a estar en manos de sólo cuatro diputados, una representación tan escuálida como irreal.

Por lo que se ve, Motos es más noticia que todo eso junto, y Broncano es un bien público a preservar del ataque de las hormigas atómicas a cañonazos. Así se explica.

Recuerdo que, hace años, en un programa similar al de estos hombres pero mucho más modesto, teníamos como invitado estrella al deportista cubano que está considerado el mejor saltador de la historia.

Minutos antes de entrar en plató, su representante me dijo que no habría entrevista si no mediaba dinero. ¡Dinero! Precisamente lo que nos hacía falta. ¿Y de cuánto estará hablando este hombre? Tímidamente le ofrezco mil pesetas, a la espera de su reacción. “No —me dice—, más”. Pruebo una segunda cifra: “Dos mil”.

“De acuerdo”, acepta. Y nos quedamos pensando qué mal pagado está el atletismo.

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