Políticamente incorrectos

Los investigadores de Research Frontier han llegado a la conclusión de que en Galicia, y concretamente, en A Coruña, viven los españoles más supersticiosos, de ésos que van con la pata de conejo en el bolsillo, se horrorizan ante la rotura de un espejo y sufren una subida repentina de escroto hacia la garganta, vulgarmente llamado ponérselos de corbata, si observan que se ha derramado algo de sal sobre la mesa.

Niego la mayor. Los gallegos mantenemos creencias y costumbres calificadas de supersticiosas, como lo hacen el resto de los humanos, porque están enraizadas de tal manera con el pueblo a través de los siglos que son difíciles de desgajar de los propios aspectos culturales.

Lo que no hace el gallego, como sí parece hoy muy habitual entre las culturas urbanas, es cambiar de la noche a la mañana para entregarse sin estudio ni razón al pensamiento woke, la llamada nueva religión de la izquierda, que contiene en sí misma una carga supersticiosa, repentina y anuladora de la reflexión y la lógica.

Si el estudio de Research Frontier quiere decir que Galicia se resiste a caer directamente en la perfidia woke y en lo políticamente correcto, es cierto. El aislamiento tiene también su cara positiva, como demostraron tantos sabios que no necesitaron convertirse en socialité, como hemos acabado llamando a vivir del cuento para ser más finos.

Las sociedades construyen mitos comunes, se llamen romerías o actos diseñados por un máster wedding planner.

Quizá los wokes estén convencidos de que en Galicia somos unos supersticiosos de libro porque todavía creemos en los beneficios de las nueve olas para conseguir un feliz embarazo. Lo que no saben es lo bien que lo pasan las parejas entre las dunas una vez que se dan el baño de mar.

Y que dure.

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