Satyricón

He leído por ahí que el Congreso de esta semana en Sevilla se plantea como un indulto del PSOE a Pedro Sánchez, y supongo que si alguien de dentro lo sugirió, ya lo habrán echado del partido.

Para tramar un indulto a Sánchez, primero es necesario admitir todos los delitos que van a ser perdonados, porque si no, para qué.

Pero ni el partido, ni mucho menos él, están ahora mismo dispuestos a admitir que se haya cometido delito alguno. Los giros vertiginosos respecto al programa electoral son cambios de opinión sin la menor importancia, molinetes propios de su progresismo que, de esa forma, se distingue del inmovilismo carca, que siempre permanece en el mismo sitio, pensando de idéntica forma y fiel a sus principios.

Eso, por una parte. En cuanto al cántico de Aldama y demás hierbas, ¿cómo admitir el indulto, si todo es fango de un personaje falto de credibilidad? De modo que quien vuelva a plantear algo parecido, pierde su silla sin ir a Sevilla.

El Congreso tiene que parecerse a esa escena de Gladiator en la que Cómodo regresa a Roma tras luchar en la frontera norte, donde todo es pompa y circunstancia para que chinchen y rabien los del Senado. Una explosión de unanimidad en torno al líder, pero no por sus pecados, que no los comete, sino porque él es Petronio Sánchez, el árbitro de la elegancia en el hacer, en el vestir y en el decir, presunto autor de El Satiricón, y hombre, por lo demás, repleto de virtudes que quien no quiera ver es porque usa gafas enfangadas.

Desconozco las condiciones del lugar donde se celebra, pero si fuera posible, Petronio debería entrar en cuadriga de bellos corceles blancos, como los de Ben-Hur; portar una lira, como la de Nerón, y ceñirse él mismo la corona de laurel, como Napoleón, sin esperar a que el Congreso diga oste ni moste.

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