Sin control

Una sesión de control sin la presencia del hombre a controlar resulta bastante descafeinada, pero en el fondo da la mismo que esté presente, o en efigie, como ayer, porque el control, en cualquier caso, es relativo y en apariencia.

Ayer se han escuchado excelentes intervenciones parlamentarias por parte del Gobierno y de la oposición. No es broma. A mí me lo parecieron. Quizá sin la altura suficiente para ingresar en el libro de oro del parlamentarismo español, pero con nota alta.

Pero ocurre que tanto unos como otros saben que las sesiones de control no son como las del bachillerato, donde acabas suspendiendo la asignatura si no la superas. Aquí el trámite se limita a tragar saliva durante las mañanas de los miércoles por parte del Gobierno, al tiempo que llevas preparada una batería de reproches a lo dicho o decidido por los gobiernos de Rajoy o Aznar en ocasiones similares, para que el ciudadano saque una conclusión absurda, como es la de que todos los políticos son iguales, vieja aspiración de Alfonso XII cuando le aconseja a su inminente viuda que transite de Cánovas a Sagasta, y viceversa, al tiempo de que se guarde el coño de vicisitudes dinásticas.

Vamos a controlar a Sánchez sin Sánchez. También da lo mismo. Vamos a apretarle las clavijas, dicen sus socios, pero solo un poquito. Frankenstein aprieta, pero no ahoga. Que parezca que lo vamos a linchar, pero que siempre le quede un hilillo de vida por donde respire, porque sin él no sé lo qué haríamos.

Sin embargo, ahora llega uno de esos momentos en los que no es posible aparentar y esperar al siguiente miércoles de control. Ahora es Ribera sí, o Ribera no. Paquete de Hacienda, sí; o paquete no.

Al presidente se le va a pasar muy pronto el buen sabor de boca que deja una caipirinha tomada en la Garota de Ipanema, rúa Vinicius de Moraes, 49.

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