Unidos
Parece un buen chico que expone ideas sensatas cuando el clima le aprieta las clavijas; moderado, bien vestido, con un luto riguroso e impecable, como corresponde, y un rostro de dolor y compunción acorde a la tragedia que se vive.
Exquisito en el uso de los géneros, sólo se le escapó dos veces la ley de lo políticamente correcto; una, cuando anuncia las cien plazas de funcionarios —donde debería haber añadido “y funcionarias”— y cuando resalta la aportación de miles de voluntarios —donde debería haber añadido “y voluntarias”—. Por lo demás, tal como lo haría Harrison Ford cuando le dan papeles de presidente.
Generoso en el envío de ayuda humanitaria y justo en la declaración de zona gravemente afectada. Su comparecencia el Día de los Fieles Difuntos rayó la perfección si no fuera porque al final de sus palabras brotó la contradicción y atacó los principios fundamentales de su movimiento.
Lo hace cuando apela a la necesidad de la unión del pueblo para encarar el cataclismo del fango. Él, que ha venido haciendo gala de su querencia por el separatismo mientras el suelo está seco, se convierte de repente en un apóstol de la unidad española cuando éste se moja.
¿No sería tan necesaria en una ocasión como en la otra? Como si los desafíos de la vida no fuesen lo suficientemente complejos día a día, como si haber alcanzado la unidad antes que otros muchos países no fuese un logro sólo al alcance de los más privilegiados.
Él, que está dispuesto a satisfacer los deseos de desigualdad perseguidos por los enemigos de esa amalgama, sale al atril de la Moncloa para solicitarnos unión ante la magnitud de una catástrofe que no le impidió ese mismo día entrar a saco en el Consejo de RtvE con los representantes del más furibundo odio a la unidad española.