La Vagancia

A la zanganería de toda la vida le han dado un nombre en inglés, y para que resulte más molón todavía dicen de ella que es una tendencia, como los rotos en los pantalones vaqueros. El vago ya no es un gandul, sino la sufrida víctima de la quiet ambition, la falta de ganas de dar un palo al agua más allá de lo estrictamente necesario.

La verdad es que no sé a qué viene tanto anglicismo y tanta mamarrachada para referirnos a lo que toda la vida ha sido aborrecer el trabajo, practicar la ley del mínimo esfuerzo y rascarse la barriga. No me digan que les sorprende saber que existen estos especímenes y que ahora los engloban dentro de la quiet ambition, como si se hubiese descubierto una nueva especie de calandria que canta y baila en varios idiomas.

Hoy he visto en una cadena nacional la entrevista que le hicieron a una chica de 25 años que está poseída por el síndrome de la indolencia, y aquello parecía una exclusiva mundial. Pasen y vean a una chica más aficionada a la poltrona que a cargar camiones con sacos de patatas.

_Yo lo haría, pero como estoy aprisionada por la quiet ambition, aquí me tienes toda la tarde tirada delante de la tele sin poder sustraerme al poderoso influjo de la galbana.

Menos mal que muchos otros hombres y mujeres se vieron liberados de esta parálisis amenazante y hoy podemos tener agua corriente en los domicilios, muebles de madera, prendas de abrigo, medicinas, piruletas y cuatro cosillas más, porque si todo dependiese de los vagos, aún estaríamos en primero de rueda, sin que nada de eso tenga que ver con el presidente de la Xunta.

Cuando emplean estos términos tan finolis me entra un miedo espantoso, porque ya me imagino dentro de unos meses oír a algún partido pidiendo que les paguemos el cien por cien del sueldo sin necesidad de ir al trabajo. ¿No se han dado cuenta lo que sufre la muchacha?

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