Lamborghini
A Sánchez le pirra el boato, pero le molesta la riqueza ajena. Ya nos lo había hecho saber por activa y pasiva, con pretéritos y aoristos, pero ahora, cuando se la juega a dividir España en comunidades pobres y ricas, se le ocurre abrir el curso político con una frase que más parece de un niñato lechuguino tras leer el primer tomo de El Capital, que de un presidente de un Gobierno democrático, culto, leído y con ideas en la cabeza dignas de ser compartidas, no con twits propios de adolescentes resabiados.
Eso de aspirar a más transporte público y a menos Lamborghinis, es de una ramplonería tan pedante como arrogante, tan ignorante como repelente.
Si fuese una proclama revolucionaria en un mitin de facultad tendría un pase para despertar conciencias anestesiadas por el régimen de turno, pero en labios de un presidente del Gobierno en pleno ejercicio de sus funciones, y cuando manosea la caja común, como él lo hace, resulta insultante.
Si las carreteras rebosaran de lamborghinis, como él dice, y a sus propietarios no se les cobrase el impuesto correspondiente, el único responsable sería él. Y si los hubiese, tendríamos que aplaudirle por haber logrado un país tan rico que no dispone de plazas de aparcamiento para la cantidad de coches de alta gama como los que circulan por sus calles. Pero ésas sólo son ensoñaciones suyas y cortinas de gomaespuma para tapar hermanos golferas, esposas con ínfulas de sentar cátedra, amnistías intolerables y desigualdades con las que pagar la poltrona.
Déjese de perseguir lamborghinis si no quiere que el mundo reconozca en usted la imagen viva del paleto que, llegado al poder, no distingue la pala de pescado del cuchillo de la mantequilla.
Se le ha pasado el arroz de los mitines, ahora gobierna. A ver si se entera.