El ojo de la medusa

La lectura del accidente sufrido por un vecino de Celeiro en su encuentro con una carabela portuguesa cerca de Abrela, me trae a la memoria el sufrido por mí hace sesenta años en San Miguel de Reinante, por si de algo sirviese a incautos o desprevenidos bañistas.

Lo de incauto no lo digo por Roberto Pérez, que el pobre se vio envuelto por los tentáculos de la medusa sin comerlo ni beberlo, sino por mí, que estaba tranquilamente sobre un roca cuando veo flotar en las aguas un globo de bellísimos colores que atrajo mi mano derecha hasta tocarlo levemente con la punta del dedo corazón.

Bastó ese contacto para sentir la descarga de un rayo que hubiese surgido del mar y me atravesase el cuerpo con un dolor y una sensación de espanto que desde mis trece años no he olvidado en los días de mi vida.

Por suerte, tengo tiempo para descender de la roca hasta la playa donde se encontraba mi familia y, en mitad del arenal, incapaz de dar un paso más, caigo desmadejado sin nuevos daños gracias a lo mullido del suelo.

No recuerdo nada más hasta que despierto en la consulta del médico local, donde me piden explicaciones sobre lo ocurrido porque nadie lo ha visto, aunque el médico se lo imaginaba y ya había actuado en consecuencia.

La ventaja del accidente fue que desde entonces nadie me ha tenido que explicar la peligrosidad de las carabelas portuguesas. De estar dentro del agua, quizá la hubiese tocado con la misma inconsciencia y probablemente no podría contarles el episodio.

En resumen, no se tomen a risas las alertas sobre este tipo de seres flotantes, que a falta de ojos, autonomía y voluntad para causar desgracias, han sido dotados de un poder extraño y demoledor.

No me imagino cómo ha podido salvarse Roberto, al que felicito como un colega.

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