La noche avanza
Granollers es un municipio conquistado por el PSC desde el inicio de las elecciones democráticas. Apenas hubo atisbos de alternancia o cohabitación con CiU en la década de los noventa. El resto del poder municipal es monocolor, como en pocos consistorios españoles y actualmente, a muy larga distancia, porque los socialistas tienen 13 concejales y los segundos, ERC, 4.
Todo este introito sirve para demostrar bien a las claras quién tiene responsabilidad sobre lo que ocurre es su fiesta mayor de finales de agosto, en la cual la Colla dels Blaus ha introducido un instructivo taller de iniciación a las técnicas aplicadas de guerrilla urbana para una estrategia subversiva, tales como lanzar cócteles molotov contra agentes, construir barricadas o propulsar contenedores contra furgonetas de los Mossos, todo con gran sentido pedagógico, para que el día de mañana los niños de Granollers sean grandes destructores del mobiliario urbano que se paga entre todos, policía y ayuntamiento.
Las Collas de Granollers son dos, la de los Blaus y la de los Blancs. Representan a dos vecinos, avezados fabricantes de adobes, que en 1897 se desafiaron a ver quién hacía más ladrillos en una hora. En el XX, el reto se transformó en fiesta, y la fiesta conservó ese espíritu competitivo de los tejeros. Todo perfecto hasta que a alguien de la Colla azul se le ha ocurrido fomentar el espíritu de la guerrilla urbana y el odio al policía como parte integrante de la buena educación; aquello que, en tiempos hoy abominados, se contenía en las cartillas de Urbanidad y que ha llegado a constituir la asignatura Terrorismo de Urbe.
Cuando finalmente lo consigan y no quede de Occidente ni un arco de medio punto que mostrar como reliquia, siempre habrá un político con cara de inocente marsupial que diga: “No lo vimos venir”. No, ni tanto. Lo subvencionasteis, que no es lo mismo.