Nuevo en esta plaza
La tauromaquia, que es forma finolis de llamar a los toros, es un argumento agradecido del que tirar de vez en cuando si no se quiere hablar de temas incómodos. Mientras los taurinos se ponen los pelos de punta cuando les amenazan con suprimir las corridas, no dan la lata con otras puyas al Gobierno y además, piensan ellos, ¡es tan fácil decir que el toro sufre!
No vamos a repetir ahora que sin tauromaquia no hay toros. ¡Vaya! Ya lo repetí. En todo caso conviene saber que si a los aficionados franceses les tocan los toros, se arma la tremolina. Vamos, que no es una exclusiva carpetovetónica.
Uno de los antitaurinos más activos de Barcelona fue un gallego de Viana do Bolo que se llamaba Tiberio Ávila. Además de abogado, farmacetico y pintor, don Tiberio funda el Centro Galego y gana la cátedra de Anatomía Artística de la Escuela de Bellas Artes de la ciudad condal, donde, lo que son las cosas, es profesor de Pablo Picasso.
De don Tiberio se cuentan muchas anécdotas y algunas exageraciones, como que fue el gallego que más influye en Picasso, en cuya certeza no entramos ni salimos, pero tiene gracia que aquel trueno de los ruedos, prototipo de lo antitaurino, hubiese tenido su mejor influencia en uno de los más grandes pintores de todos los tiempos, enamorado del mundo taurino hasta los tuétanos y autor de aquella pincelada racial que nos desnuda en breve apunte: “La vida de los españoles consiste en ir a misa por la mañana, a los toros por la tarde y al burdel por la noche”.
El señor Urtasun, elevado al Ministerio de Cultura por una anomalía imparable, ¿qué hará cuando se entere de que el Guernica es el final de una corrida de toros con la muerte de Ignacio Sánchez Mejías? ¿Mandará quemar el cuadro, o se conformará con unos cuantos retoques a mano alzada?