Madre oscura

Sin luz ni luces

Imagino el estupor que se dibuja en el rostro de Irene Montero cuando lee la sentencia que reconoce a Depp más razón que a Amber en un porcentaje de 15 a 2, de acuerdo con los millones de dólares que deberán cruzarse.

Estupor, sorpresa e indignación. ¿Pero cómo es que un hombre gana a una mujer en un juicio de sopapos? ¿Qué clase de justicia aplican en Virginia? ¿No conocen acaso todo el corpus legislativo que he venido elaborando durante los últimos años y según el cual, homo semper nocens, esto es, el hombre es culpable sí o sí?

No, no lo conocen porque ni en Virginia, ni en la mayoría de los lugares donde a duras penas se mantienen los dos dedos de frente en el espíritu de las leyes, la doctrina monterista o montaraz de doña Irene se estudia en el capítulo de las aberraciones, como una subdivisión dentro de los caprichos propios de los dictadores, repleta de ocurrencias tan peregrinas, o incluso más que la presente y que fueron invocadas a lo largo de la historia.

Ignoro cómo discurrieron las relaciones entre Depp y Amber. Intuyo que muy desagradables por lo carísimas que les están saliendo a ambos, aunque el juicio tampoco haya entrado a examinarlas más allá de lo que concierne al artículo periodístico objeto de la querella abierta. En realidad me importan un pepino reblandecido, pero lo que me da pavor es vivir en un país donde la palabra de uno de los dos tenga mayor peso jurídico que la del otro por pertenecer a un sexo concreto, como se defiende por estos lares sin que nadie conduzca directamente a la cárcel a quien así lo considera.

Tal es el nivel de inconsistencia, ignorancia y cretinismo que se maneja en la mayoría de la iniciativas montaraces que diríase de España haber entrado en los siglos anteriores al de las luces, apagándose todo.

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