José Amedo, el lado oscuro de la democracia
El policía de O Corgo fue el principal acusado en el caso GAL
LO CONOCÍ EN la redacción de El Progreso un día de julio de 1982 a través de Carlos Tabernero, que me lo presenta como un policía de Lugo que ejerce de subinspector en Bilbao y que esos días está de vacaciones en la ciudad.
Debido a su cargo es frecuente que sea él quien presida las corridas de toros que se celebran en la capital vizcaína, circunstancia que bien justifica una entrevista en el periódico de su provincia. Un policía lucense en la presidencia de la fiesta nacional en un lugar tan exótico como Bilbao.
Tabernero tenía razón. Era muy periodístico y la entrevista tenía fácil encaje en el periódico, máxime en un mes de verano, cuando la actualidad decae. Se la encargo a una estudiante en prácticas, Carmen de Jesús, y se publica al día siguiente. Poco podía sospechar en ese momento que José Amedo Fouce (O Corgo, 1946), se iba a convertir los próximos años en el lucense que más portadas de periódico protagonizaría, por encima incluso de Manuel Fraga. Nosotros no la publicamos en primera, sino en quinta, pero de saberlo abriría El Progreso a toda plana, pues era el nacimiento de José Amedo para la prensa.
De San Pedro de Cerceda, la parroquia de O Corgo que se cita como referencia de su cuna, pasa pronto a Bilbao a causa del destino de su padre, gran tirador olímpico y policía también, a quien él tiene por la persona más honesta del mundo, condición que nadie discute.
El niño nace fiero y con los arrestos indicados para pertenecer al Cuerpo. Como dirá mucho después, “yo no nací del vientre de mi madre, sino de los cojones de mi padre”. En casa hay una interesante colección de armas cortas y se le supone familiarizado por ellas.
Cuando tiene edad para ser policía, lo es, pero le pierde su arrogancia. Los compañeros son los primeros en darse cuenta y le dan un apodo a tono, Mariflor. No podía ser más dañino y quién sabe si todo influye a la hora de aceptar su posterior trabajo.
Sí, porque él será el principal acusado de organizado los Grupos Antiterroristas de Liberación (GAL), con su subordinado, Michel Domínguez, y su participación en tres de los 33 atentados que en cuatro años se atribuyen a los GAL, nombre de perfume, pero aroma de alcantarilla.
Un encargo que arranca de su amistad con Julián San Cristóbal, quien llega a ser gobernador civil de Vizcaya y el hombre que favorece sus presidencias de las corridas, a las que es muy aficionado. A los toros, a las mujeres y a no pagar servicios de soplones y mercenarios, lo que unido a la utilización incorrecta de la tarjeta de crédito, acaba por arruinar el plan que atemorizó a ETA porque un grupo de pistoleros había bajado a luchar contra ellos en su campo, dejando a un lado las formalidades legales de la Policía y la Guardia Civil.
Es detenido el 13 de julio de 1988 por orden del juez Baltasar Garzón y dicen que tanto él como Domínguez eran los únicos presos a los que nunca se les han tomado las huellas dactilares.
De los GAL opina que son malhechores sin valores morales y vendidos al mejor postor. A él se le acusa de seis asesinatos frustrados, un asesinato consumado, pertenencia a banda armada y algunos delitos más.
El largo proceso y su resolución está en las hemerotecas con un Amedo siempre protagonista, con Gordillo, González y Garzón en papeles muy principales. Él ha negado encubrir a sus superiores, desde Miguel Planchuelo, comisario y jefe superior de Policía de Bilbao, a la omnipresente X, que acaba siendo la letra del caso. Lo cuenta de primera mano en el libro Cal viva.