Enrique Ares desarrolla el carburador de butano
El inventor lucense muere en un atraco a un banco en Gandía, un lugar donde no debería haber estado
SU MUERTE CONMOCIONA a toda España por las circunstancias en las que se produce, pero el impacto es mayor en Córdoba y en su ciudad natal, donde el perito industrial Enrique Ares Ares (Lugo, 1939) es muy querido y apreciado.
Se había casado con Ada Alonso, una joven cubana, ahijada del doctor Ricardo López Pardo y Mercedes Cora. Con ella y su hija entra el 2 de marzo de 1985 en la agencia urbana número uno del Banco de Bilbao en el Grao de Gandía (Valencia), cuando se produce un atraco. Uno de los asaltantes le ordena que se aparte, él tarda unos segundos en reaccionar y recibe un disparo de escopeta que le produce la muerte casi instantánea.
Los dos atracadores son condenados a 30 años de prisión, pero la familia queda rota para siempre.
Enrique Ares pertenece a una familia dedicada a la mecánica y su vocación sigue esos derroteros en la Universidad Laboral de Córdoba, donde enseguida destaca como alumno de Automovilismo, colegial del Luis de Góngora, actor de teatro y director del Cine Club del Círculo de la Amistad.
Ese cargo es apetecido por los políticos para labores de proselitismo, por lo que se esfuerzan en defenestrarlo y lo consiguen seis meses después. Del episodio no salen bien parados ni Carlos Castilla del Pino (PCE), ni Luis Mardones (C Canaria).
El rechazo no le sienta nada bien al psiquiatra, que se cree irresistible. Con todo y eso, Castilla del Pino siempre elogiará el afán investigador del lucense y en cualquier caso, a Enrique, más que la política, le interesa la mecánica.
Ya entonces es conocido allí como Carburador Ares, pues ha desarrollado un revolucionario invento, que quiere dar a conocer en Lugo en septiembre de 1959, a sus 20 años de edad.
Lo sustancial del invento es el empleo en automóviles del gas butano en vez de gasolina. Solo hay que salvar el peso muerto que merma la potencia. En Cartagena acaba de ser fundada Butano SA, no hay bombonas y solo algunas cocinillas utilizan ese gas. Lo que propone Enrique es revolucionario por economía y por abundancia del combustible.
Su carburador se prueba con éxito en el garaje familiar y en manos de Paco Abuín durante la yincana de aquellos sanfroilanes. La noticia vuelve a salir en toda la prensa, aunque con las reservas típicas en el país del “que inventen ellos”.
Enrique expone con claridad sus aportaciones y únicamente obtiene un chiste en La Codorniz, dentro de la sección Papelín General, donde se ve un coche que solo tiene volante: “Dada la carestía de la gasolina un joven de Lugo ha inventado un coche sin combustible”.
La gasolina tiene setenta octanos y el butano, noventa. Su precio es de cinco pesetas el litro, mucho menor que el del combustible tradicional. El butano abunda, sobra y se quema, pero… no hay bombonas, ni surtidores.
Enrique calcula que la transformación del motor costaría unas diez mil pesetas, frente a las 150.000 del gas-oil. Si el gaseoducto del Sáhara pasa por Cartagena, dice el joven, “sería un gran adelanto, pues abastecería el mercado español”. También sugiere alternar ambos combustibles.
En colaboración con su compañero Fernando García Popa, logra patentarlo, pero ante la presión de las petroleras, el gobierno silencia esta solución y sólo la permiten a nivel oficial en taxis y autobuses.
Y eso que Enrique consigue una subvención del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y Técnicas, para realizar el prototipo.