Antonio Bas, entre Agustina de Aragón y María Pita

El marinero de Viveiro se comporta como un héroe frente al francés y muere a las puertas de la ciudad

LO COMPARAN CON María Pita y con Agustina de Aragón, cada uno en su guerra, y la verdad es que se puede hacer sin forzar un ápice la historia, simplemente dejándonos llevar por los relatos que sobre él nos han llegado.

Antonio Bas (Viveiro, 1770?) es un marinero embarcado en el velero Reina Luisa y más tarde en el San Isidro. El año 1797 está en la urca Asunción cuando sucede la batalla del cabo de San Vicente, donde el barco se gana la fama eterna con sus dos gemelas, la Santa Balbina y la Santa Justa. Las urcas son barcos similares a las fragatas, pero más anchotas en su parte central. En aquel combate de España y Francia contra Inglaterra queda inútil para la milicia con una grave herida en el pecho y una posterior tuberculosis.

En Viveiro se repone y vuelve al mar como pescador. Se casa con Andrea Osorio con quien tiene tres hijos, Francisco, María Josefa y Juana.

Sin embargo la curación no es completa y Andrea debe atender las necesidades de la familia con la venta de pescado y trabajando la tierra.

El 18 de febrero de 1809, cuando los franceses de Freni, que avanza desde Ferrol hasta A Misericordia, y Matieu, que lo hace desde Mondoñedo hasta A Xunqueira, atacan Viveiro para vengar su anterior derrota y liberar a los 48 soldados hechos prisioneros, Bas se levanta de su lecho de dolor y se hace con el cañón emplazado en el Castillo del Puente, la puerta de Carlos V, lo cual es interpretado como un aldabonazo de ánimo por los defensores. A quienes todavía no lo saben, les gritan: “¡Bas está en el puente!”.

Pero las fuerzas atacantes se cuentan por miles en ambos frentes y a sus jefes no les importa sacrificarlos por docenas con tal de doblegar la resistencia, de forma que horas después, los de Viveiro abandonan y retroceden.

La oposición del enfermo a las tropas de Napoleón continúa en Porta Labrada, de cuya exacta localización hubo noticias recientes, y más allá, en As Nogueiras, hacia San Lázaro y Santo Albites, nombres que unidos al del propio Antonio Bas conforman hoy la toponimia de aquella zona.

Quienes narran el hecho _ Donapetry, Espina, Leal Insua, Orlando González Surribas… _, se basan, aunque no lo sepan, en el testimonio que puso negro sobre blanco el guardián del convento de San Francisco, fray José López. Él ve con sus propios ojos el ir y venir de atacantes y defensores, y de ese modo se repiten unos a otros en la descripción de las heridas y las desfiguraciones sufridas por el marinero a causa de su férrea oposición al avance de la caballería francesa, hasta que sucumbe rodilla en tierra, para permitir que otros logren huir lejos de los sables de los dragones y los disparos de los fusileros.

Chao Espina sugiere que la caballería se lanza al galope contra los que huyen y los cascos de sus monturas destrozan el cráneo del infeliz Bas, “quien aún después de pasar sobre él aquella terrible avalancha, permaneció con el arma fuertemente afianzada con la mano derecha y la boca entreabierta, como queriendo gritar: ¡Mueran los franceses!”.

Su tocayo Noriega Varela canta la gesta y nos alerta sobre el olvido, que como se ve, está salvado:

“Sin cruces nin galós no chao tirado / dun balazo morreu, probe soldado. / Naide máis o recorda n’esta vida”.

Chao quiere ver en el cuadro de Vicente Palmaroli “Los enterramientos de la Moncloa el 3 de mayo” que recogemos en el cromo, una escena similar a la que pudieron protagonizar Andrea Osorio y sus hijas tras la muerte de su esposo y padre.

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