Un juez francés ha concedido la anulación de un matrimonio musulmán, a instancias del marido, pues éste alegaba que su mujer no había llegado virgen a sus manos. Aun desconociendo las pruebas periciales efectuadas para certificar que el hombre reclama esa sentencia con la verdad por delante, no cuesta trabajo imaginar las risotadas que provocaría el mismo caso si estuviera protagonizado por dos franceses católicos, de cualquier otra religión, o de ninguna.
Otra. También en Francia, jóvenes musulmanas reclaman su derecho a tener un horario especial en las piscinas públicas, durante el cual ellas acudirán a bañarse sin que ningún hombre pueda hacer uso del pilón. Y su variante en seco. Cuando las muchachas disputen un partido de baloncesto, en el pabellón de deportes correspondiente no podrá entrar ningún varón, sea de la tendencia sexual que sea.
Y otra más. Muchos maridos se niegan a que sus mujeres embarazadas sean examinadas por personal facultativo del género masculino, vulgo médicos.
Es decir, dos patadas, lo que se tarda en tener una población inmigrante de cierta significación, han bastado para que se tambaleen algunos principios propios de la civilización occidental y de los que nos sentíamos tan orgullosos, como la igualdad de los sexos, la no discriminación y la nula consideración jurídica de algunos aspectos asociados al medievalismo, al paternalismo y al machismo, como es la virginidad de la mujer.
Si las razones religiosas son válidas para que Occidente se contradiga de sus ideales y derrame excepciones allí donde se le soliciten, se estará abriendo la puerta para otras muchas, como por ejemplo, en todo lo relativo a los malos tratos y la adecuación que éstos tienen en ciertas conductas integristas. Que se sepa. 

Esta entrada se publicó el Sábado, 21 de Junio , 2008 a las 14:22 pm y está clasificada en General. Puedes seguir las respuestas a través de el feed RSS 2.0. Puedes dejar una respuesta, o trackback desde tu sitio.