Un par de sopapos
La noticia se cuela entre otras que cuentan cómo va el mercado del amor. Quién se separa, quién se amontona. Por eso, de sopetón, no sabes si es algo serio o te la están dando con queso. Después la lees completa y parece que sí, que es de las que dicen algo nuevo de verdad.
Se trata de informar a la ciudadanía mundial que las mujeres sometidas a una operación de pecho por motivos estéticos _ lo que el vulgo llama ponerse tetas _, registran un índice de suicidio tres veces mayor que el de aquéllas que se conforman con lo que la sabia naturaleza ha dispuesto para ellas y su torso.
Los defensores de estas intervenciones _ insistimos, las absolutamente prescindibles _, se hacen fuertes con el argumento de que una mujer descontenta con su volumen pectoral pierde autoestima y se arrumba por las esquinas; mientras que si se mete un buen chute de silicona, su existencia da un vuelco extraordinario, y donde había un ser huraño y cabizbajo, brota un jilguero pinturero, con más ganas de vivir que los zombies.
La novedad no derrumba por completo ese planteamiento, porque el origen de las tendencias suicidas puede ser anterior a la sajadura, pero sin duda le da un buen meneo.
Si hacemos caso a otra estadística anterior, comprobamos que un alto porcentaje de estas intervenciones se realizan a mujeres muy jóvenes, casi adolescentes, que pasan por el quirófano con una alegría y una innecesariedad _ neologismo obligado _, dignas de mejores preocupaciones. El padre le regala tetas a su hija como quien le compra un sombrero. El médico, si es que llega a tener título, opera a cualquier bicho que se le ponga por delante, siempre que firme la aceptación prescrita. La sociedad parece aplaudir toda esta feria de vanidades y al final, ellas se suicidan tres veces más. Menudo viajecito a ninguna parte.
No seríamos capaces de señalar exactamente quién, pero en esta historia alguien merece un par de sopapos.