En el bosque de Ogassa

Consumir la vida pensando que se pertenece a los Països Catalans y que su nación está invadida por España, Francia e Italia, estados todos ellos malos como el hambre por ésa y otras fechorías cometidas a lo largo de la historia, tiene que ser muy duro y muy decepcionante. Si además se ha sido sacerdote, senador de uno de esos estados opresores, enemigo de España y amigo de ETA, es muy probable que se hayan vivido crisis, tensiones y terremotos de variada magnitud, incomprensiones múltiples y represiones notables. Todo ello puede desencadenar decisiones de fatales consecuencias, no siempre correctas ni ejemplarizantes.
A Xirinacs se le atragantó el pancatalanismo y por dejar algo hecho, dejó su cuerpo en un bosque y una lista de reproches. Lo sentimos, es lo que había.
Del hecho de que el catalán se hable fuera de Cataluña, también en Andorra, Baleares, el Rosellón, Pirineos Orientales, la Franja del Poniente en Aragón, la ciudad sarda de Alguer y en algunas pedanías de la región murciana de El Carche, así como la zona de influencia del valenciano, se deduce, por arte de birlibirloque, que bien podrían configurar todas ellas una misma entidad política, o sea un imperialismo a base de diccionario. Si aplicásemos la misma regla de tres al árabe, al inglés o al español, obtendríamos unos países que iban a mandar truco, especialmente si se hacía valer la máxima, barrio que hable inglés, pananglófico es.
Esta moderna preocupación por construirse patrias a la medida de la lengua sustituye a aquella otra que buscó uniformizar política y religión, y que aún hoy arrastra a miles de islamistas a considerar que la derrota del infiel conlleva la conquista de sus tierras. Unos imponen su Dios, Hitler impuso la raza, éstos, la lengua. El día que no impongan nada, el mundo se verá aliviado.
Mientras tanto, el cuerpo de Xirinacs en el bosque de Ogassa ya está en condiciones de saber qué idioma hablan los ángeles.

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