La doctrina Sarkozy
A los vándalos airados de Malasaña, a los que realmente lo son por falta de luces, les hubiese venido de perlas un sistema educativo en el que los alumnos levantan el culo de sus asientos cuando entra el profesor en clase, no porque así lo obligue el reglamento interno de cada centro, sino porque es el símbolo con el que se reconoce y respeta “al que sabe”, el gesto con el que un aprendiz admite serlo y con el que insiste todos los días por alcanzar el grado de maestro. Mal maestro será quien no supo ser discípulo, decía el autor de La Celestina actualizando a los clásicos anteriores.
Nada que ver con el cutre, fascista y demagógico tuteo, impuesto por los ignorantes que pretenden auparse a la máxima categoría académica por vía de decreto. Oye, profe; todos iguales ¿Vale, tío?
Pues no, iguales no lo son desde el punto y hora en el que el estado se está gastando sus dineros con el fin de convertirlos en ciudadanos útiles para la sociedad y autosuficientes para ellos mismos. Si fuesen iguales, la propia sociedad los pondría a trabajar de 8 a 8 apenas dejasen de gatear, como ocurre en los lugares donde la pobreza no da para botellones, enseñanzas gratuitas, ni rabos de gaitas.
Y dentro de la confusión general, aparecen los pescadores Sebastián y Simancas, cañas en ristre, a ver si pescan el voto juvenil diciendo con voz engolada que la muchachada madrileña no es vándala ni violenta. ¿Y quién lo dijo?
¿Acaso hay que elevarlos a sus ansiadas responsabilidades de la alcaldía y la presidencia de la comunidad autónoma para verlos haciendo piña con los alborotadores y arrojando botellas contra sus respectivas policías?
Todo se justifica por la demagogia propia de las vísperas electorales y el miedo a perder tirón entre el voto emergente, sin caer en la cuenta de que los jóvenes, la inmensa mayoría de ellos, desean un sistema que los capacite para la independencia, unas ciudades tranquilas y unos políticos sin doctrinas de baratillo.