Berlín y la unidad

Estaban en Berlín alabando las ventajas de la unidad, cuando de pronto se escuchó decir a ERC que rompía el tripartito y lo que hiciese falta con tal de que CiU le apoyase en la convocatoria de un referéndum sobre la autodeterminación de Cataluña.
Y entonces te das cuenta de lo listos que son en la UE y de cómo para ellos el tema de la unidad todavía merece la pena de ser tratado con cariño e insistencia, pues así como ni los abogados del Colegio Profesional, ni los radioaficionados necesitan estar todo el día recordándose qué bien hicieron cuando deciden unirse, la UE, sus estados, regiones y municipios _ que así clasifica Berlín los territorios europeos _, sí.
Quizás por ello la Declaración disfruta de esa doble condición de majestuosa y simplista. Está llena de graves palabras y excelsas intenciones, pero al mismo tiempo repite los ideales que algunos ingenuos creíamos en vigor desde hace medio siglo. Va a ser que no.
A los ingenuos también les parece obvio mencionar que vamos a luchar juntos contra el terrorismo, la delincuencia organizada y la inmigración ilegal; que se promoverá la estabilidad dentro y fuera de sus fronteras, o que todos tenemos los mismos derechos. Que levante el dedo el que no lo sabía antes de Berlín.
Es cierto que la UE necesita autoridad suficiente para que las grandes palabras no sólo dormiten en textos altisonantes e inalcanzables. Pero las desavenencias en torno a la constitución no pueden ser tomadas como una coartada de impotencia, sino como un tropiezo acorde con la dificultad del camino. El compromiso de los gobiernos tiene que manifestarse de forma clara y contundente, porque la declaración, en sí misma, podría redactarse diez mil veces más sin que se mejore el panorama.
Dice el presidente que el texto tiene mucho de español. No sabemos si se refiere al aprecio que le damos al papel mojado, a lo quijotes que somos, o a que se eliminó la palabra constitución. Enhorabuena en cualquier caso.

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