Mejoras radicales

Posiblemente Caín hubiese preferido que la historia lo recordase como un personaje poco partidario del amor fraterno, antes de soportar eternamente la etiqueta de asesino. Cuando la realidad pesa en contra, todos buscamos amparo en el lenguaje políticamente correcto y cualquier alumno sabe en qué ocasión decir “aprobé” y en cuál “me suspendieron”.
Se da por cierto que son los norteamericanos los primeros en percibir las ventajas que se obtienen de los eufemismos y a ellos se lanzan en loca carrera, pero en realidad la manipulación de la palabra con fines políticos viaja en paralelo con la historia de la sociedad. Bajo el paraguas protector de unas aspiraciones más igualitarias, se descubre que ser negro suena más terrible que ser africano /americano, aunque el individuo siga tirado en la misma esquina. Y así, en épocas de los grandes medios de comunicación, el lenguaje p/correcto se extiende dentro y fuera de las fronteras USA, si es que el imperio las tiene.
De esa forma aparecen la víctimas colaterales, que siempre son menos trágicas que los muertos civiles; y gracias al invento hay países que se libran de miles de niños pordioseros convertidos de la noche a la mañana en habitantes de las calles. Qué dulce panorama, nuestra sociedad se divide en habitantes de las casas y habitantes de las calles. Bueno, excepto un grupo intermedio que siendo de los segundos desea formar parte de los primeros por vía de la expropiación y a los que llamaremos okupas, que casi no evoca el delito, sino la justicia social.
En España usábamos un eufemismo para los ladrones que sin embargo está en decadencia. Eran los amigos de lo ajeno y se aplicaba a los raterillos de poca monta. Una lástima, porque los administradores corruptos podrían ser ahora los amigos del erario.
Ya tenemos a los terroristas reciclados como personal cualificado en accidentes, y a sus víctimas, como gremio molesto y prescindible en todo proceso de paz. Esto marcha.

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