La dictadura del burriarcado
Si han visto Bananas, recordarán que el público, entrenado a reír por los anteriores chistes, se troncha cuando el pseudo revolucionario Fielding Mellish que interpreta Woody Allen, llega al poder y ordena que a partir de ahora la ropa interior se lleve por fuera.
Cuando se estrenó aquí en España, creíamos que Allen le tomaba el pelo a las repúblicas bananeras, a los revolucionarios de pacotilla y a los tiranuelos de mosquetón; jamás sospechamos que estaba firmando una película de anticipación sobre la política española.
Bananas es la sinécdoque de España; ya saben, el todo por la parte, los plátanos de Canarias por todo lo demás. Mellish, sin duda, representa a los indocumentados que con pasmosa facilidad llegan al poder. Allen tenía una bola de cristal y vio lo que iba a ocurrir.
De momento los calzoncillos podemos seguir llevándolos por dentro, pero los tangas comienzan a aflorar y no hay jovencito que se precie que no haga lo imposible por lucir la braga o los gayumbos por delante y por detrás. Esto no tendría mayor perendengue si no fuese fiel reflejo de otras disposiciones, que como en el caso de Mellish, se resumen en una sola.
Cada vez es mayor el colectivo de ciudadanos que sufre persecución por causa de la lengua. Y no es que les dé por hablar en ladino. Lo que pretenden los muy cretinos es hablar y utilizar el idioma oficial, el español, según Miranda Podadera; o el castellano, para referirnos a la cuarta lengua más hablada del mundo con 400 millones de aficionados.
El dislate se plasma en articulados que lejos de convertir en alternativas otros idiomas más o menos extendidos _ el catalán y el inglés, por ejemplo _, lo que pretenden es… ¡borrarlo del mapa! ¡Carajo para los intelectuales!
Es cierto, Woody Allen anticipó algo en Bananas, pero se quedó corto cortérrimo.