Guerra al espejo

Si al llegar la noche en la que el jefe del Estado se dirige a todos los ciudadanos poco antes de los entremeses, el presidente del Gobierno comprueba que ni una sola de las líneas maestras de su política recibe el ánimo, la aprobación ni el contento de aquél, sino más bien el distanciamiento y el consejo de corregir el rumbo, ¿qué ha de pensar?
¿Debe suponer que el jefe del Estado vive en las patatas y que sus palabras carecen tanto de valor vinculante, como de autoridad moral; o por el contrario, cabe reconocerle mayor sintonía con los más altos conceptos políticos, aquéllos que precisamente por su altura no están al albur de resultados electorales?
La pregunta no es para ustedes, claro. Es para ZP, que se habrá quedado muy sorprendido al no escuchar de boca del Rey ningún elogio a su gestión y sí múltiples sugerencias con las que enmendar pasos erráticos y rectificar, como por ejemplo, la apelación al respeto por las leyes. ¡Qué cosas hay que oír!
Y por si fuera baladí la crítica recibida, el presidente se desayuna horas después con la opinión de un sector de su partido, el de Guerra, que se desmarca de su órbita en evitación de que un PSOE y otro sean confundidos, porque como decía la derecha, todavía hay clases.
Temas, la revista socialista que en noviembre advertía a ZP de la proximidad electoral del PP y cuyas conclusiones fueron despreciadas por Moncloa, contesta al presidente para achacarle el síndrome de la madrastra de Blancanieves y para repetir el calificativo de Rajoy, es decir, el de bobo solemne, “porque los políticos inteligentes _ dice la revista _ saben que lo que tienen que hacer es identificar bien los problemas y carencias, cuando aún están a tiempo, y rectificar. Y, por supuesto, no romper espejos ni descalificar a los mensajeros”.
La madrastra, como bien conocen ustedes, sólo quiere oír de su espejo lo guapa que es, aunque espante a los monstruos.

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