Kofi, el ingenuo
Una de dos, o Kofi Annan es tonto, o trata de que así nos lo creamos. A la vista de todo lo que le está cayendo, al secretario general de las Naciones Unidas no se le ocurre mejor reacción que la de alegrarse por el hecho de que al año 2004 sólo le queden tres telediarios.
“Ha sido un annus horribilis, pero afortunadamente ya se está acabando”. Este tío está convencido de que en el tránsito del 31-XII-2004 al 1-I-2005 se va a operar un cambio de aires beneficioso para la ONU por arte de birlibirloque y sin necesidad de acometer ninguna reforma que haga frente a la corrupción, la ineficacia y la burocratización que afectan al organismo.
Tan graves o más que las sospechas de corruptelas en torno al programa Petróleo por Alimentos, o el desvío de fondos hacia países, organismos o personajes incompatibles con la civilización, son las descripciones de la ONU como un monstruoso monumento levantado en honor de la ineficacia, donde la mayor parte de su presupuesto se dedica a su propia supervivencia para que se convoquen cientos de reuniones donde se programen más reuniones sin solución de continuidad.
Hace días uno de sus críticos se preguntaba si alguno de nosotros conocíamos un conflicto que se hubiese evitado por su mediación desde 1945, año en el que se crea precisamente para impedir nuevas guerras sentando en la misma mesa a todos los países del mundo.
Alguno habrá, pero no los conocemos. Sus resoluciones son papel mojado desde que nacen y a nadie parece preocuparle salvo para utilizarlas como armas arrojadizas que añadan leña a los conflictos.
La ingenuidad de Kofi Annan al mostrar su alivio por el final del 2004 contradice el principio de Peter, según el cual, si en el futuro puede ocurrir una desgracia mayor, ésta ocurrirá.