Censura

Los villancicos ofenden los castos oídos agnósticos de ciertas autoridades civiles porque sus versos dicen que en el portal de Belén “hay estrellas, sol y luna”, un exceso de simbología cosmogónica para los tiempos que corren. Por lo tanto, se suprimen los villancicos.
El velo islamista ofende a los laicos franceses y también se suprime. La asignatura de religión tampoco es de recibo. ¿Para qué enseñar lo que ha presidido la historia del hombre, si lo que nos interesa es comenzar a presidirla nosotros, los laicos?
Ahora bien, si a Javier Krahe le da por desclavar a un Cristo, untarlo de mantequilla, meterlo en un horno y sacarlo a los tres días, en su punto, para promocionar un disco con sus amiguetes, nadie tiene por qué sentirse ofendido. Krahe está acogiéndose a la sacrosanta libertad de expresión. Y no se te ocurra criticarlo porque te cae el sambenito de carca, inquisidor y censor con distintivo azul, como los que lucen aquéllos que se atrevieron a decir que la obra teatral “Me cisco en la Santísima Trinidad”, original de un tipo de cuyo nombre no deseo acordarme, era exactamente eso, una mierda.
Todo ello nos ilustra sobre el curioso fenómeno que está afectando a muchas personas que despotricaban contra la censura franquista, y que sin embargo, a las primeras de cambio se han otorgado ellos el papel censor, demostrando que no querían acabar con esa práctica, sino asumirla de acuerdo con sus intereses. Es decir, igualico, igualico, que el difuntico del caudillico.
De acuerdo, dejemos que Krahe haga de la blasfemia la base de su merchandising, que Beckham sea san José y que Bisbal se meta en la cuna del Niño. Los payasos no ofenden. Si son buenos, hacen reir, y si son malos, causan lástima. Pero pasar por todo ello y reconocer al mismo tiempo que “Noche de paz” sea un himno ofensivo para el laicismo imperante, sólo cabe esperarlo de fachas con piel de cordero. Y no el pascual precisamente.

Comenta