Conflicto de intereses

Por el interés te quiero, Andrés

Cuando se escucha que les mueve la defensa de los intereses de España para impulsar la ley de Información Clasificada, o sea, la versión 2.0 de la vieja censura, no queda más remedio que preguntarse cuáles serán tales intereses, pues llevan toda la legislatura ciscándose en ellos por tierra, mar y aire, de puertas adentro y en Exteriores, contra su lengua y contra su territorio, en plata y en ideas, en riquezas materiales y espirituales.

Te lo preguntas y la respuesta llega volando, caída por su propio peso desde la lógica y el conocimiento. Tú me lo preguntas, mis intereses de España son mandar en ella, ni un metro más, ni un metro menos. Así de grave es el chollo.

Cuando se censura a Sócrates, el pueblo se pregunta por qué y la respuesta vuela desde el Oráculo de Delfos con una contundencia meridiana: Sócrates es el sabio más grande Grecia. Entonces lo comprenden. A los hombres fuertes de Atenas les molesta la inteligencia, las mentes pensantes y los sabios parlanchines porque van contra sus intereses.

En aquel momento les llaman los intereses de Atenas, pero son idénticos a los que ahora apela el Gobierno de Sánchez, es decir, los intereses de España. Siempre conviene localizar con grandilocuencia al propietario del interés, porque decir que es el mío resulta de un pedestrismo insoportable.

Ese es el argumento de los niños. “No quiero, no quiero y no quiero”. Los pobres todavía desconocen las argucias del lenguaje. De lo contrario dirían: “No me tomo la sopa porque atenta contra los intereses de la infancia”. ¡Caramba! Eso es algo muy serio. Seguramente a partir de entonces los padres se comporten con más tiento y le den la sopa al gato.

A mí los intereses de España en boca de estos me importan un pito, dos cominos, tres bledos, cuatro rábanos y cinco pimientos.

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