Napoleón

¡Que vuelve!

El emperador ha vuelto de Elba. Tiene la mirada más agria y la falta de coleta ha desembocado en un torpe desaliño, tan medido como el anterior, pero con apariencia de casual wear. Hay un guiño a Boris Johnson en el flequillo despeinado, pero sin llegar al alboroto del inglés. Hay un pendiente de botón negro que demuestra el tiempo que dedica a verse guapo y hay el mismo movimiento de brazos, siempre al servicio del didactismo y el adoctrinamiento.

Cuando estos días se baraja el fracaso de Yolanda Díaz y su posible reaparición desde Elba, aunque él sea el escachifollado anterior _ lo que da de sí una legislatura en manos de estos _, se divulga el vídeo de una de sus clases sobre geopolítica internacional y en medio de una sopa de lugares y pensamientos comunes, va y suelta la perla:

_ Yo ya no soy político y puedo decir la verdad.

Frases así figuran en los libros sagrados sin desdoro de otras tan grandilocuentes por provenir de autores divinizados: “La verdad os hará libres”, o “si no volvéis a ser como niños, no entraréis en el reino de los cielos”. Iglesias es parabíblico, de la misma forma que el regaliz pertenece a la parafarmacia.

¿Qué habrán pensado Yolanda, Irene, Pedro o Belarra? ¡Este Pablo! Siempre tan ocurrente. ¡Pero entonces… _ deduce Yola y adiós _ No vuelve!

No, porque para mentir, mejor está en sus cátedras y en sus sermones. Y sobre todo, mejor está en la línea divisoria, sin exposición, horario, ni responsabilidad, pero con la amenaza de su regreso en ristre, como estuvo Napoleón en su primera isla.

Lo malo de la comparación es que ya sabemos cómo acaba el emperador tras su regreso. Primero lo aclaman, luego se la pega en Waterloo, y finalmente lo mandan a la segunda isla de Santa Elena, de donde no regresa. Por Dios, que no salga el sol por Antequera.

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