Las normas de la casa de la sidra

Normas vendo que para mí no compro

Nubladita me tiene la vista, acuosa la mirada y vidriosas las imágenes a causa de los lagrimones que vierto por ese conducto desde que escucho a nuestro presidente su opinión sobre el disoluto raquetista serbio expulsado de Australia.

Dice Sánchez con voz bien temperada que las normas están para cumplirse, o frase semejante, pues la emoción me ha repercutido en la memoria y ya no sé si escucho normas, corvas o torvas.

Pero qué ocurrencias tiene este hombre. Qué gracioso es. ¿Y no va y le dice al serbio soberbio que se atenga al reglamento, que para algo se ha escrito, y que no pretenda acomodar las leyes a su capricho, gusto o favor?

Solo le falta añadir, míreme a mí, don Novak, cómo me pliego y amoldo a los preceptos para evitar dar ni un paso sin antes comprobar al milímetro que todo se hace conforme a las disposiciones comunes que garantizan la armonía de las tierras de España y sus habitantes.

Aún está a tiempo de apoyar su discurso con ejemplos de plena actualidad, como es el acendrado respeto a la igualdad de los españoles que inspira el reparto de los fondos europeos, o de cualquier especie. Pues jamás van a favorecer ni a los ayuntamientos gobernados por el PSOE, ni a las tierras donde tienen ascendencia los partidos que apoyan al Gobierno, ni a donde le plazca la santa voluntad del que es su socio, ni allí donde se mantiene cualquier tipo de interés con ellos, condenando a la mitad de la población a un trato discriminatorio.

Y todo ello gracias a que el presidente mantiene desde el primer día una exquisita equidistancia con las normas, pues ha logrado que les resbalen por su rostro tanto las que son de rango superior, como las de medio o inferior, y dicen que ha inventado un timo mediante el cual gana siempre al chinchimonis, que es el sueño de todo trilero honrado.

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