Las edades de Lulú

31 años ha

Intuyo que Almudena, pese a llevar el nombre de la patrona de la ciudad donde nace, no era creyente; de lo cual infiero que los conceptos de pecado, confesión, atrición o propósito de la enmienda no entraron nunca en sus planes de vida. No pasa nada.

No obstante, estas cosas hay que tomarlas con mucho cuidado porque nunca se sabe. A Tomás de Kempis, el autor de la Imitación de Cristo _ el libro más influyente en el catolicismo después de la Biblia y el Nuevo Testamento _, se le niega la canonización por haber sufrido una muerte aparente o cataléptica, una circunstancia que abre las puertas a una posible renuncia de Dios en la desesperación de la segunda muerte, bajo tierra, y cerrarle las puertas de la santidad.

En el caso que nos ocupa podría haber sido al revés, pero si tal no ocurre, la novelista se ha ido sin retractarse del profundo odio que en su día expresó contra los creyentes y contra los que políticamente no pensaban como ella, verbigracia, yo.

Entre fusilamientos y violaciones se las bastó ella sola para dejar el terreno yermo de oposición. Eso se llama dictadura y lo demás son coñas.

Cualquier mastuerzo sabe hoy que las dos Españas cometieron atrocidades como para grabar en el dintel del infierno. Condenar solo las de un bando es autoexpedirse un título de cretinez partidista y ceguera voluntaria.

Y desde luego, dedicarse a escribir no conlleva ninguna bula para opinar como un sargento de los tonton macoutes fuera de las páginas de creación, que allí, si quiere, puede hacer todo el proselitismo que le dé la gana. El caso es que lo venda.

Por todo eso dicen que el viento del mes de Santos, el que nos reconcilia a todos en la igualdad de la muerte, traía en sus zarzaganes una coplilla que cantaba:

_ Qué pena, Almudena, qué pena. Si en vez de mala, hubieses sido buena.

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