Viviendo con el enemigo

En santa coalición

Intento imaginarme lo que debe ser tener a Belarra en el Gobierno y solo me vienen a la mente títulos de películas de terror. Tiene a quien parecerse, su antecesor en el cargo, alias la insoportable levedad del ser, pero en su mirada se adivinan rasgos propios de pesadez infinita, de cerrazón acrisolada y vulgarización extrema.

De los podemitas presentes es la que más le hinca el clavo en el zapato de Sánchez. A Irene le ha regalado el canuto de la Igualdad y ella se entretiene con sus cosas, sin darle mucho la vara. Castells movió un dedo y se ha quedado tan retratado que tardará en estirar el segundo. Díaz es el peligro y exige toreo de salón.

Había otro más que ahora no me acuerdo. Ya me saldrá. ¡Ah, sí! ¡Garzón, el de los filetes! Ese se lleva con paciencia, pero Belarra tiene que ser un dolor.

Miren que iba mal el contencioso de Rodríguez. Batet estaba a punto de necesitar un desfibrilador tras dejar atónito al Supremo y patidifuso al personal. Hacia el último minuto, en un gesto de lerdez impropia del cargo, pide explicaciones como quien es pillado sin billete en el tren. Aclárenme si hay que llevarlo o no. Y se lo aclararon con todas las letras.

Capeado el bochorno con más vergüenza que lustre y aclarada la obligatoriedad del pasaje, las aguas entran en cauce, pero solo durante unos minutos, porque es un espejismo. Para devolvernos a la realidad del esperpento allí está Belarra, ministra del Gobierno español para Grescas y Zalagardas, que aporta la genial iniciativa de querellarse contra Batet por prevaricadora.

¿Alguien da más? Una vez dentro del guirigay, el Cuerpo Nacional de Policía, el Congreso, el Supremo, los letrados y el Gobierno, se nos ocurre que podría personarse en la causa la Real Federación Española de Fútbol, pues al fin y al cabo todo empieza con una patada.

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