Una cuestión de género
A cabeza non para
Me pregunto hasta dónde llegará la revolución léxica de Irene Montero y su enfrentamiento despendolado contra la Real Academia. Me pregunto si después de elevar el adjetivo todes a categoría oficial y a presumir de su ocurrencia como si hubiese descubierto Penicillium notatum y lo suyo fuese un bálsamo universal, estará preparando una segunda ofensiva de la misma calaña.
Aunque siempre conviene tener al lado el libro de Darío Villanueva al respecto, la duda es razonable y el miedo consistente, porque dándole poder a indocumentados se están cometiendo atrocidades idiomáticas, artísticas, históricas y hasta científicas de suma gravedad, y si nadie lo remedia esta chica puede arrastrar a todos los ministerios a bailarle el agua, pues ya sabemos que tiene agarrado a Sánchez por los espolones.
Una vez instaurado el todes en los carteles ministeriales, lo consecuente es aplicar el género a todo lo que les concierne, pues si son todes, y no todas o todos, también serán ingenieres o analfabetes, guapes o fees, tontes o listes.
Y entonces es cuando el pifostio se desparrama y disparata, porque nadie tiene por qué saber si debajo de aquella apariencia hay un esquimal retocado, una mujer trasquilada, una bailarina thailandesa o un oso depilado.
¿Y si la e se emplea ya para uno de los géneros? Adiós a la distinción. Señoras, señores y señoros, deberán decir ahora los conferenciantes antes de iniciar la faena por si en la sala se encontrasen algunos todes.
Los especialistas ya se han manifestado al respecto. Los que utilizamos el lenguaje como herramienta de trabajo, también. El pueblo soberano dictará su última palabra y entonces no quedará otro remedio que ponernos de acuerdo.
¡Con lo sencillo, unitario, igualitario y democrático que es decir todos!