Ministro del exterior

Es al revés, señor ministro

Mira que nos han salido rabudos los garzones. En castellano, garzón puede ser una importación del francés garçon y significar mozo o muchacho. También puede derivar del árabe y definir a una variedad de garza. O ser el apellido del juez Baltasar y del ministro Alberto.

Que es ministro lo sabemos porque delante de los sillones donde lo sientan ponen una cartela con su nombre y el cargo, como hacen en los zoológicos con el nombre popular y el de Linneo: Garza real (Ardea cinerea).

Tendría que oír lo que dicen de él en el sector turístico, y por ende, en hostelería, donde te convidan a un trago si compartes su opinión. Menos ministro, cualquier cosa.

Claro, el hombre tiene sus prioridades y las deja bien de manifiesto en los títulos de sus opúsculos: Por qué soy comunista… ¿Quién vota a la derecha? Y el summun, La tercera república. Con todas esas preocupaciones encima no es de extrañar que el Consumo ande un poco abandonado. Total, ¿qué importancia puede darle un comunista al consumo? Como no sea para eliminarlo…

El hombre está encantado de ser ministro comunista en una monarquía parlamentaria y disfruta como un enano tirándole chinitas al rey. Tiene motivos, pues como ya dijeron el economista argentino Agustín Etchebarne, y tantos otros, es fácil ser comunista en una democracia libre; lo difícil es ser libre en un país comunista.

Y si preguntas entonces para qué se nombró a este ministro de so!, en vez de uno de arre!, te dirán que es de cuota, como los antiguos quintos de la mili, una cuota que nos está llevando de cráneo sin que a nadie le parezca especialmente grave.

Tensión entre Moncloa y Zarzuela, tituló alguien ayer, como si fuese un ataque de cuernos entre Enrique Ponce y Paloma Cuevas.

Un comentario a “Ministro del exterior”

  1. Tolodapinza

    Ante todos estos ataques ─hasta ahora sólo verbales─ de los “republicanistas” (Garzón, Iglesias, etc.) sorprende un poco, ya a estas alturas de los atrevimientos que se llevan contabilizados, el silencio de la Monarquía y de quien la encarna físicamente.

    Se comprende, claro está, la prudencia y la templanza de Felipe VI de no caer en las provocaciones de taberna, pero hombre, los ciudadanos de a pie agradeceríamos un pequeño gesto ─también verbal─ de ponerse a sí mismo y poner a otros en su sitio. Sin acritud pero con claridad.

    De veras, sería de agradecer.

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