Manuel Darriba y Blanco Jorge, penúltimos de Filipinas
Después de cien padecimientos, los dos fallecen en Lugo con 86 y 99 años respectivamente
NO ESTÁN EN el sitio de Baler y tampoco regresan a Barcelona el 1 de septiembre de 1899, pero los dos protagonizan los últimos meses de presencia española en Filipinas.
Manuel Darriba Marzán (Lugo, 1875), nacido en Orbazai, ya era sastre en la ciudad cuando se sortean los mozos que han de ir al archipiélago en 1896. A su hermano Antonio, dos años mayor que él, le toca Filipinas. Él sale excedente de cupo.
Eso no va con sus planes. Si Antonio es llamado a filas, Manuel quiere acompañarlo, de modo que solicita ser enrolado. Aún así no las tiene todas consigo. Han sido destinados a dos compañías distintas y el de Orbazai mueve Roma con Santiago y escribe al capitán general. Si está allí es por voluntad propia, para acompañar a su hermano. Aquello es la guerra, pero lo consigue.
Gracias a su parecido y a sus apellidos, claro, Manuel se hace pasar por Antonio en alguna ocasión para protegerlo.
El primer enfrentamiento con los insurgentes tiene lugar en la batalla de Orani, dentro de la provincia de Bataán. Manuel la recuerda a Ángel de la Vega cuando ya cuenta 84 años de edad y a veces la narración se desvía, mientras su hijo lo reconduce: “Estabas con Orani, papá; no divagues”.
La define como una carnicería. “Los enemigos mueren en masa y a nosotros apenas nos hacen diez heridos. El comandante español era un bravo”.
Manuel es uno de ellos y debe ser trasladado a Manila en barco. Lo suben a bordo, pero la falta de viento impide que salgan de puerto. Desembarcan, se acercan a una aldea y son hechos prisioneros.
Durante 19 meses va a estar cautivo en los más diversos lugares; en ocasiones, trasladado en las peores condiciones climatológicas y en otras, bastante bien tratado por las familias a las que es destinado como criado, cuidador de niños o lavandero.
A una de las casas de San Jacinto llega con los pies destrozados y la señora lo cura con mucho cariño. En otra ocasión se apodera de él un terrible dolor de muelas. Un curandero se ofrece a ayudarle con una pasta de su elaboración _ un combinado, le llama _, y se sincera: “O no te hace nada, o no vuelves a padecer de los dientes”. Pasados más de sesenta años desde entonces la pregunta es obligada.
_ ¿Y qué pasó?
_Jamás he necesitado ir al dentista.
Su hermano también debe volver a España. En uno de los sitios como el de Baler, el comandante Ceballos que los manda, les pregunta qué hacer; si entregarse o luchar. Todos deciden resistir, pero al cabo de los días, los cadáveres y las infecciones los abocan a una epidemia, por lo que se rinden.
Su último episodio en las islas es el de su fuga con otros españoles a través de selvas y montañas hasta dar con un destacamento norteamericano al que se entregan. Fallece en Lugo a los 86 años.
José Blanco Jorge (Taboada, 1874), nacido en San Martiño de Mato también va a las Filipinas y también protagoniza cien padecimientos, aunque en su caso cae en manos de un médico de Lugo y éste le ayuda en todo momento.
Es uno de los soldados beneficiados por las ayudas del periódico El Imparcial y a punto está de cumplir los cien años, pues fallece en su parroquia pasados los 99.
Avelino Basanta Díaz, de Muimenta; Evaristo Prado Gómez, de Monterroso; Bernardino Saco Torre, de San Esteban de Rivas de Miño; Manuel Fanego Palo, de San Román de Viveiro; Rafael López Capón, de Santalla do Alto; José García Torres, de San Jorge de Vale (Baralla) y Evaristo Suárez Godo, de Pedrafita, fueron otros últimos de Filipinas, además de los ya biografiados.