Diez negritos y un gili
Diez negritos y un gili
Acabo de descubrir por qué a James Prichard no lo conoce nadie y por qué Agatha Christie fue una gran escritora universal.
Prichard, que es bisnieto de la novelista, y otros mindundis como él, acaban de perpetrar un crimen literario a mayor gloria del dinero, de la estupidez y de lo políticamente correcto, un cáncer que entendido como lo vienen haciendo estos personajes de medio pelo, acabará por socavar los cimientos de la civilización; la occidental, la oriental y la subcutánea, si la hubiera.
El hecho en sí consiste en autorizar el cambio de título de “Diez negritos” por el de “Eran diez”, según se explica, debido a la connotación racista del término, y a petición de la familia de la escritora.
¿Quién coño es la familia de la escritora, que entre todos ellos no han puesto en su vida un sujeto delante de un verbo, para andar tocando lo que su señora bisabuela dejó escrito, y bien escrito?
El tal Prichard, que tiene apellido de sexador de monos, explica todo campanudo que en la época en la que su pariente la escribe se hablaba de distinta manera. ¡Y tanto que sí! Se hablaba bien, con una palabra para cada idea. No como ahora, sin palabras y mucho menos, sin ideas.
Ignoro si algún colectivo de estos modernos que se dedican a divulgar la incultura, se ha dirigido a los herederos de la escritora para amenazarlos o extorsionarlos; o si son ellos los que se han adelantado en previsión de nubarrones, pero quede aquí mi firme promesa de mantener a los “Diez negritos” tal como salieron de la pluma de su autora, de igual forma que no permitiré que García Márquez haya escrito “El amor en tiempos de la gripe”, ni “Memoria de mis casquivanas tristes”.
La novela negra seguirá siendo negra y “El negro que tenía el alma blanca” también. ¡Ah! Y que conste. Yago dice que Othelo es “un macho negro y feo”. Y lo firma Shakespeare.