Bacurín, barbero, soldado, rico, mendigo y centenario
El 22 de noviembre de 1914 resbala en Madrid y los médicos descubren que pasa de los cien años de vida
NO ES FÁCIL seguir la pista de un aventurero un siglo después de sus andanzas, salvo que haya tropezado con un periodista para contarle su vida. Tal es el caso de Domingo Arias Garaloces (Lugo, 1813), posiblemente nacido en la parroquia de San Miguel de Bacurín, pues Bacurín es el apodo con el que se le conoce a lo largo de su dilatada existencia.
Sí, porque el auténtico motivo para ser recordado en este álbum es la combinación que logra entre vida nómada y longevidad, entre frugalidad y salud.
Cuando el mendigo Domingo Arias Garaloces ha vivido ya 101 años, el 22 de noviembre de 1914, resbala en una calle madrileña y debe ser atendido en el Hospital Provincial, donde descubren su edad.
A los médicos que le atienden una leve herida en una pierna les llama la atención que conserve todo el pelo, que aún siendo completamente blanco, es abundante y fuerte. También tiene todos los dientes de la mandíbula inferior y solo le faltan algunas piezas de la superior.
Con la cabeza bien amueblada, el oído perfecto y el habla clara y diáfana de marcado acento gallego, flojea un chisco en memoria.
En esos momentos duerme en plena calle, unas veces en el Salón del Prado, y otras, alrededor del Retiro. Jamás ha tenido enfermedad grave. De joven fue barbero y estuvo casado con una mujer de la que solo sabe que se llamaba Francisca. Cuando ésta muere, hace más de medio siglo, se casa con Juana Casal Fernández, viuda de un capitán de Infantería que le llevaba 45 años. Domingo también era varios años mayor que ella.
Al recordar a Juana, Bacurín se enternece, llora y junta las manos con desesperación “recordando el rinconcito del cementerio del Este, donde descansan los restos de la fiel compañera hace ya catorce años”, cuenta el reportero.
Hacia 1878, en Lugo vive Andrés Arias Garaloces, probablemente hermano suyo, que establece una agencia para sustitución de quintos, es decir, para hacer la mili de otro a cambio de dinero, en Campo Castillo, 51, trasladándose luego a la Travesía de la Muralla 3, también llamada O Cantiño como hoy.
En julio de 1893, el juzgado cita a Domingo Arias y a Juana Casal Fernández, ausentes de Lugo, en posible paradero americano.
Sí, pero ya no está. Había ido para ser soldado durante ocho años en Cuba, Santo Domingo, Puerto Rico y México. También vive la guerra de África.
Conoce seis reyes y una república. Solo tiene un hijo de Francisca que toca el clarinete en la Banda Municipal de Lugo, y una hijastra de Juana, a la que llama sobrina.
Bacurín fue rico, pero se arruina y debe criar cerdos en un corral de Vallecas, “que se lo lleva el diablo”.
“Conoció a Alfonso XII, la República, Isabel II, Amadeo y María Cristina, la Reina gobernadora. Según la cuenta, tenía veinte años a la muerte de Fernando VII; pero no recuerda de éste. Por tanto, en los primeros años de la vida del centenario funcionaba aún la Inquisición, pues sabido es que el último auto de fe se dictó en Orihuela el 21 de julio de 1826. Tenía diez años cuando Riego fue ajusticiado, y en su época murieron también Manzanares, Torrijos y Mariana de Pineda”.
Al enviudar por segunda vez, solo le queda la opción de pedir limosna. Ahora, con 101 años a cuestas su ilusión es ingresar en el asilo que hay detrás de la plaza de toros.
Al conocer sus peripecias, la prensa de Lugo sugiere que “bien pudiéramos hacer algo los lucenses por este pobre viejo, para evitar que se vea en tan triste desamparo”.
¿Hasta qué edad vive Bacurín? Pinta tiene que bastante más.