Teatros, estatuas y murallas

La caída de la laja

Picapedrear un teatro romano, defenestrar una estatua, amenazar con un muro de hormigón… no sé, da la impresión de que este siglo XXI solo va a dejar huellas de trazo grueso, algún hotel puntiagudo en los emiratos y un montón de adosados allá donde alcance la vista.

Quizá sea exceso de pesimismo. Al fin y a la postre, lo de derribar estatuas se hizo siempre con mayor o menor soltura. Cuando llegan los nuestros lo que nos priva es cambiar los rótulos a las calles y poner los contrarios. Da igual del signo que sean. Si hay B, será H, y si H, será B.

En cuanto a los teatros habíamos llegado a un consenso bastante generalizado sobre la conveniencia de su conservación, excepto el Gran Teatro. Coincidimos en el interés que despierta Aristófanes y en lo saludable que resulta no cortarles la cabeza a los dramaturgos, especialmente para los propios autores. Sin embargo vemos cómo en los últimos tiempos se ha organizado una fuerza con la barbarie suficiente como para argumentar que el teatro romano de Palmira, como mejor está, es en nanopartículas.

Adriano se protegió de los pictos con una muralla de 117 kilómetros, a los que hay que añadir los 58 posteriores del muro de Antonino. El de Berlín tenía una longitud de 160 kms y el de Cisjordania se proyecta para 721. Si se completan los tramos existentes entre EE.UU. y México, o si se emprende un nuevo diseño por entero, será necesario construir 3.145 kms.

La historia solo ha cambiado en la longitud de los muros, aunque alguien puede negarnos la mayor si pone sobre la mesa la gran muralla china y sus 21.196 kms, con la que nos hemos hermanado los lucenses a través de la nuestra, que gana en salerosa lo que pierde en tamaño.

Lo malo de Lugo es que el auditorio no pita, han chimpado a San Vicente y le arrancan piedras a la muralla.

Un comentario a “Teatros, estatuas y murallas”

  1. Aureliano Buendía

    Cuando veo el ojo público (esa mirada del Gran Hermano que constituye la prensa) fijarse en sucesos como los de los ataques vandálicos a la muralla y a la fuente de San Vicente, no puedo por menos que lamentar tales hechos, pero, al mismo tiempo, también pienso lo afortunados que somos de vivir en Lugo, donde acontecimientos tales merecen páginas enteras de periódico.

    Y me alegro mucho de que así sea. En otros lugares, de mayor población o peor fortuna, los atracos y los asesinatos no dejan espacio en los periódicos para las cafradas de los borrachos.

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