Ni desfiles ni procesiones
Observador en día de mucho trabajo
Han escogido la Iglesia y el Ejército como escenarios sobre los que plasmar sus diferencias; o sea, aquello que les permite presentarse como nuevos políticos.
Así, son nuevos porque no desfilan en las procesiones de Semana Santa como representantes de la autoridad local. ¡Anda la osa! ¡Pero si las procesiones son lo más popular que tenemos! Las procesiones, las romerías y los villancicos. No te digo que los mejores; iguálamelos, guapo.
Ellos son tan nuevos que quieren cambiar las tradiciones. ¿Tradiciones populares nuevas? Eso suena como a huevo frito sin yema al que le falta la clara. Y así les fue la semana. De ridículo en ridículo.
También está lo del Ejército. Pensaron que era un buen fondo sobre el que reflejar sus diferencias con la casta. Ellos no son de militares porque es una cosa muy antigua y muy violenta, con sus cañones y sus metralletas. De modo que poniéndoles cara de asco, como la de Colau, se llevaban todas las simpatías de calle. Quien más o quien menos, todos hemos aborrecido ir a la mili cuando la había, o hemos llevado después alguna chapa de Haz el amor y no la guerra.
Lástima que a los yihadistas les diese por matar gente a barullo, de forma que los supervivientes dedujeron que quizás era prematuro pensar en disolver ya las fuerzas armadas.
Y como había que hacer algo, hicieron un pacto contra los que nos atacaban de manera tan inmisericorde. Entonces a los nuevos se les complicó el problema neuronal. Si nos adherimos al pacto, estamos a favor del Ejército y de todas esas zarandajas. Si nos quedamos fuera, dirán que apoyamos al otro ejército, al atacante. ¿Solución? Me hago observador, que como afirma Zapatero copiando al divino Ramón, el mejor destino del hombre es ser supervisor de nubes; es decir, observador de gotas de agua suspendidas en la atmósfera.